Como predecíamos al final de nuestra crítica de hace tres años, a propósito de El origen del Planeta de los Simios, las secuelas de dicha cinta van aterrizando en la cartelera. La primera de las mismas ha llegado a nuestras tierras avalada por una cantidad ingente de buenas críticas por parte de la prensa especializada, que han querido ver en ella una versión aumentada y mejorada –menciones incluidas a segundas partes mitificadas tales como El imperio contraataca o El caballero oscuro– de aquella reciente precuela de la historia que protagonizara Charlton Heston en 1968.
Nos encontramos, diez años después de lo relatado en la película de Rupert Wyatt, con un conjunto de simios que entrarán en conflicto con los supervivientes humanos que se han refugiado en San Francisco. Dentro de ambos grupos habrá intereses contrapuestos que dinamitarán lo que podría haber sido una convivencia tensa pero pacífica, y que merced a diversas situaciones y decisiones que se toman tratarán de hacernos reflexionar sobre qué nos hace humanos, sobre la familia, la lealtad, el liderazgo y otros tantos conceptos que nunca viene mal encontrar en un film nacido con vocación de blockbuster veraniego. Tampoco es desdeñable que se traten de repartir proporcionalmente las simpatías por uno y otro bando, en vez de señalar descaradamente a quiénes debemos apoyar u odiar.
Siguiendo la estela de su predecesora, de nuevo encontramos en El amanecer del Planeta de los Simios más escenas pausadas que acción frenética, aunque esta última tenga su espacio cuando así se requiere, dando pie a virguerías visuales (la escena del tanque, por ejemplo). El aspecto técnico sigue siendo más que destacable, y otra vez hay que puntuar con sobresaliente los efectos visuales, que vuelven a incluir esas espectaculares capturas de movimientos faciales y corporales (Andy Serkis y Toby Kebbell, los simios César y Koba respectivamente, serían dignos merecedores de más de un galardón). Lástima que los actores humanos y los papeles que les han tocado en suerte no sean tan ricos en expresividad o sentimientos.
También hay que alabar que una película con vocación tan mayoritaria como esta no haya recurrido a más nombres destacados entre su reparto –Gary Oldman es el único de mayor notoriedad–, dejando buena parte del protagonismo en manos de los primates y sus conflictos, que se nos narran sin palabras o con un puñado de subtítulos para desentrañar ciertas situaciones... aunque según avanza el metraje se hagan trampas y les oigamos hablar igual que los humanos, suponemos que por aquello de no dificultar en exceso la labor de comprender la trama o los diálogos.
En el lado negativo de la balanza cabe mencionar que al espectador algo despierto no le costará demasiado ir por delante de los acontecimientos, ya que un buen puñado de ellos se telegrafían sin rubor –véase por ejemplo lo relacionado con la enfermedad de la compañera sentimental de César–, y tanto por parte de los humanos como de los simios sabemos qué personajes originarán conflictos, siendo también fácil intuir cómo pretenderán atajar dichos trances los héroes de la función. Aunque no parece que esto les haya supuesto demasiado problema a los críticos norteamericanos, claro está.
A fuerza de ir estirando el hilo argumental con demasiadas idas y venidas de los implicados en el libreto se superan las dos horas de duración, que terminan pesando en la impresión final que nos llevamos de la sala de proyección. Esta continuación de la historia es más espectacular –pese a sus intentos de contención y oscuridad, qué duda cabe–, pero cuesta sacudirse la sensación de que va dando vueltas sobre sí misma innecesariamente, intentado a la desesperada epatar a un público que probablemente saldrá satisfecho por el conjunto, obviando los defectos comentados que, pese a todo, no logran tirar por tierra la efectiva labor del realizador Matt Reeves, firmante de Monstruoso o del remake americano de Déjame entrar.