Que el coreano Park Chan-wook es uno de los directores revolucionarios e innovadores del cine actual es un hecho. Buena parte de los hallazgos visuales y narrativos en materia cinematográfica de los últimos tiempos los podemos encontrar en su obra. Por ejemplo, en esa magnífica película que es Old Boy (2003) nos encontramos con una de las mejores escenas de acción de la historia del cine y uno de los más bellos experimentos narrativos de combinación de lenguajes. Hablamos de esa secuencia en la que un plano general, combinado con travelling lateral, acompaña el enfrentamiento del protagonista Oh Dae-su (Choi Min-sik) con un grupo de matones en el interior de un estrecho y claustrofóbico pasillo. El empleo de ese espacio estrecho y el lento seguimiento de la cámara, sin cortes, remite a esos videojuegos en visión lateral en los que personaje y escena avanzan horizontalmente. Chan-wook interrelaciona de esta forma el lenguaje del cine y el de los videojuegos, pero lo hace mediante una puesta en escena completamente artesanal, y ahí reside el valor estilístico de su propuesta, en decidirse por una factura clásica, tradicional, en lugar de valerse de todos los medios digitales a su alcance.
Esta secuencia es sólo un ejemplo de la voluntad transgresora y revolucionaria del cineasta coreano, obsesionado con seguir innovando el lenguaje cinematográfico mediante soluciones narrativas y visuales extremas y arriesgadas que buscan expresar lo inexpresable, concebir lo inconcebible, superar lo insuperable.
Con dos años de retraso con respecto a su factura original llega ahora a nuestras pantallas Sympathy for Lady Vengeance (2005), cierre de su aclamada trilogía de la venganza: visión personal de la filosofía del “ojo por ojo” en la que se aúnan violencia extrema, humor negro, ambigüedad moral, melodrama, experimentación formal y poesía visual.
Formalmente, la película sigue la trayectoria de las anteriores en esa búsqueda incesante de nuevas composiciones visuales para detenerse en los experimentos con el montaje que ya iniciara Ang Lee en su versión de Hulk (2003) y el propio Chan-wook en Old Boy, y que se caracterizan por esas rápidas y continuas asociaciones de imágenes mediante encadenados y sobreimpresiones que permiten aunar en un mismo plano las dos escenas que se están montando, sin duda lo más novedoso de la película.
Temáticamente, si en Sympathy for Mr. Vengeance (2002) y en Old Boy (2003) la venganza se movía en un mundo completamente masculino, para el cierre de su trilogía Chan-wook cede el protagonismo a una mujer, Lee Geum-ja (Lee Young-ae), acusada injustamente de secuestrar y asesinar a un niño de cinco años. Lee Geum-ja aprovechará los trece años que pasa en la cárcel para planificar un maquiavélico plan de venganza contra el Sr. Baek (Choi Min-sik), el hombre que le obligó a incriminarse, profesor infantil de día y asesino de niños de noche.
La obsesión de Chan-wook por embellecer cada plano de la película hace que el ritmo de la narración palidezca en ocasiones, fragmentándose en numerosos flash-backs, un uso excesivo de la voz en off, y escenas que muy bien podrían haberse quedado en la sala de montaje (como las que transcurren durante la visita de Lee Geum-ja a la familia adoptiva de su hija, entre surrealistas y ridículas).
Pero una vez uno se detiene a observar la belleza de esos planos, todo lo anterior resulta un mal menor, pues cada plano se convierte en una pequeña obra de arte en sí mismo y sumen al espectador en un estado de goce estético similar a la contemplación de un cuadro. Chan-wook logra este efecto mediante una delicada puesta en escena basada en el juego de colores, concretamente en la dualidad blanco-rojo, los colores dominantes a lo largo del relato. Ambos actuarán como metáforas, de la venganza (rojo) y de la redención (blanco), y lucharán entre sí durante toda la película para equilibrar sus fuerzas, para encontrar el "justo medio".
Sin embargo, como sabemos por sus anteriores películas, en el cine de Park Chan-wook este equilibrio se torna imposible, inalcanzable, pues la venganza convierte sin quererlo a las personas en otras personas, en otros seres, y la ansiada voluntad de recuperar la persona que se fue y que ya no se es se evapora como los blancos copos de nieve que sirven de cierre para esta sublime trilogía.