Una de las características más visibles es su desacomplejada falta de ambiciones; ante nosotros se conforma una obra simpática de contemplar, con actores –sinceramente y sin voluntad de postular- en eso que llaman “estado de gracia”; las acciones están unidas con soltura y los nudos que las enlazan a los personajes nunca son demasiado aparatosos; tranquilos, no hay peligro de tropezar con los zapatos y caerse.
Pero al contrario de buscar un resultado final satisfactorio para el espectador –de lágrima liberadora como catarsis final– la película vuela, conscientemente, por un terreno poco dado a “impresionar”; lo suyo no es vuelo de veloces rasantes y caídas en picado; es un paseo llano y sin concesiones; el tono –la comedia, pese a un par de feos, desgraciados pero pasaderos roces en el ridículo- aligera las situaciones y hace que esa característica, la sana falta de pretensión, quede aún más consciente de su propia y orgullosa existencia.
Aplauso ruidoso y sin temores a errar en la nota merecen las interpretaciones –Albadalejo parece revelarse, sobretodo, como un excelente director de actores-; los personajes de Elvira Lindo –ésta “Caravanchel forever”– son graciosos y, aunque suavemente esperpénticos, no dejan de ser reales, vecinos; sobretodo la luminosa Jasmina, interpretada por Mariola Fuentes, una confirmación de que no hace falta ser una belleza física para resultar buena, tremenda, actriz sobre la pantalla. De Sergi López no hace falta hablar; confirma lo que todos sabemos: con una mirada sabe llenar la pantalla de empaque; y eso no se aprende, se llama gracia natural.