Tras el bombazo obtenido merced a Celda 211, pocos hubiéramos imaginado que Daniel Monzón iba a pasarse cinco años sin estrenar una nueva película. Sea como fuere, la llegada de su quinto film en sus quince años de carrera –discreta hasta la irrupción de la mentada cinta carcelaria– se produce en un año plagado de noticias referentes a Gibraltar, zona cuyos conflictos ya tuvieron su reflejo cinematográfico meses atrás, vía la francesa The Informant. Es en ese mismo contexto que el realizador mallorquín nos presenta su nueva historia.
El Niño cuenta como baza para funcionar con una dualidad tremendamente marcada, aunque no siempre los elementos situados a uno y otro lado terminen de casar del todo. Por un lado contamos con los veteranos policías de aduanas –a los inmensos Luis Tosar, Sergi López y Eduard Fernández solo sería capaz de desperdiciarlos un Almodóvar ombliguista y desganado–, con su bien plasmada camaradería y la seriedad con que se emplean para frenar el tráfico de drogas en el Estrecho. En el lado opuesto, se toman su tiempo para hacer acto de presencia los dos actores más jóvenes; ahí es cuando la trama gira hacia un retrato más callejero, con unos diálogos nada solemnes que provocan más de una carcajada, y cuyos aires cómicos podrían hacernos pensar en una suerte de versión patria de Dos colgados muy fumados. Ahí destaca el desparpajo de Jesús Carroza, aunque su vocalización deje bastante que desear en demasiados momentos, en los que apenas le entendemos.
Se puede ver con claridad la mano de la productora Mediaset detrás de una película de estas características. Al rebufo de seriales televisivos como El Príncipe asistimos a un romance algo forzado entre un español y una marroquí, con el añadido de que a ambos actores, debutantes aquí, se les nota la falta de tablas, restando enteros a un bloque que cuenta con tan poderosos actores como los antes comentados. La sensación de que el joven protagonista ha sido elegido por sus dotes físicas más que por otro motivo –el público adolescente es de los pocos que sigue llenando las salas cuando la ocasión lo requiere, o cuando se promociona con acierto el producto– se impone, y sospechamos que Monzón seguramente no haya podido hacer en todo momento lo que tenía en mente con su retoño.
Pese a esa bicefalia extraña, y a la alargada sombra de los que han puesto el dinero esta vez, El Niño consigue funcionar de forma más que aceptable, entregándonos una producción cuidada –bien rodada, con un montaje muy trabajado– y espectacular que gracias a sus momentos de acción ha despertado en los espectadores ecos de series como Corrupción en Miami o a la segunda temporada de The Wire. Monzón pone toda la carne en el asador para que el espectador disfrute, se entretenga, se ría o se entregue a tope a escenas como las de ese helicóptero que desde ya pasarán a formar parte de lo más conseguido del cine español de este año. El resto de la película, sin merecer tantos parabienes, logra sin embargo soportar con vigor su tarea de entretener con maña, sabiendo dónde hay que poner los elementos y rodándolos de forma absorbente.