Títulos como Love actually o Cuatro bodas y un funeral sirven de reclamo engañoso para que el público repare en la cinta que aquí nos ocupa, enésima comedia romántica que llega a las carteleras este año. En un intento por imprimir de cierto carácter propio a esta producción, el guionista y director Dan Mazer –normalmente afiliado al humor chabacano de Sacha Baron Cohen– apuesta por disfrazar su juguete de film transgresor y contracorriente, dentro del normalmente exasperante (por predecible y meloso) terreno de las películas sobre relaciones de pareja.
Sin embargo, y pese a que apreciemos los intentos por epatar a base de groserías, los primeros minutos de Les doy un año sienta las bases de un producto que trata desesperadamente de nadar entre dos aguas; mientras parece atacar los tópicos de este tipo de cintas, no tarda en regodearse en todos los estereotipos habidos y por haber en ellas –el galán que ofrece una alternativa mejor a la chica, la ex que sigue haciendo tilín al chico–, de tal modo que pronto nos damos cuenta de que esta película la hemos visto varios cientos de veces ya, por mucho barniz satírico que se le quiera imprimir o por original que pretenda ser el desenlace (que lo es, qué duda cabe).
Y es que Mazer es incapaz de disimular su querencia por la sal gorda, partiendo del discurso del padrino durante la boda de los protagonistas con que se abre la película. Stephen Merchant puede ser un buen cómico, pero esa escena basta para que su personaje se nos atragante. Tres cuartos de lo mismo acontece con sus compañeros de reparto: todos los actores dan la talla, pero ni sus personajes ni las líneas de diálogo que les han tocado en suerte consiguen despertar un interés necesario para llegar con ánimos al final de la película. En algunos casos quizá hubiera bastado con pulir algo sus intervenciones –la especialista en relaciones matrimoniales no tiene desperdicio–, pero el conjunto no termina de arrancar en ningún momento.
A fuerza de acumular chistes, es innegable que alguno logra provocar la risa, pero en su mayoría son rudos, torpes y sin gracia. Las situaciones embarazosas, los momentos humillantes y los trucos rancios –cuenten las casualidades que se producen durante el metraje– nos van guiando de forma descarada por los caminos que le interesan al director, pero la sensación de irregularidad y de que no se ha trabajado suficiente el libreto terminan por mermar el resultado final, que cumple justito de cara a quienes únicamente quieran distraerse con una historia que olvidarán con celeridad.