La vida de Julio Medem ha atravesado momentos difíciles en los últimos tiempos desde que dos trágicos acontecimientos le causaran una terrible tristeza. Uno de ellos zarandeó su envidiada posición artística con el estreno en el 2003 del controvertido documental La pelota vasca, hecho que provocó una apabullante reprimenda por una parte de la opinión pública. Algo insignificante si lo comparamos con la pérdida en accidente de tráfico de su hermana Ana. Cualquiera en su situación hubiera tirado la toalla, sin embargo el creador de torrentes visuales tales como Los amantes del círculo polar o Lucía y el sexo ha resurgido de sus cenizas lanzando un homenaje a su hermana con Caótica Ana, otro alucinógeno viaje a las entrañas del alma femenina. Al igual que en sus anteriores obras, Medem juega con elementos que forman ya parte de su particular universo al conjugar en un mismo relato el destino con el azar dando paso a una compleja historia que ejerce un extraño poder desconcertante.
Todo en esta cinta resulta sobradamente reconocible. Original en su estilo narrativo, Medem se apoya una vez más en la fuerza de las imágenes a través de un código propio en el que la poética visual cargada de metáforas ha inundado desde el principio su filmografía.
Alejado de lo que se ha hecho llamar cine convencional, Medem ha sabido encauzar el lenguaje pues de una manera muy personal, a través de miradas tan limpias como las de Emma Suarez o Paz Vega. En esta ocasión, le ha llegado el turno a Manuela Vallés, actriz debutante y descubrimiento de la película. Ella es la encargada de dar vida a Ana, una joven pintora de apacible existencia que sin embargo descubre en su interior las experiencias de miles de mujeres que murieron trágicamente. Durante cuatro años seguimos sus andanzas mientras debe convivir con esas imágenes recuperadas por medio de la hipnosis.
Detrás de esta aparente complejidad encontramos por el camino unos personajes cuyas reflexiones nos impiden codearnos con una realidad palpable, muy del gusto del cineasta, acostumbrado a lidiar con toda clase de ensoñaciones que nos facilitan llegar a ese estado de ánimo tan mágico. Lástima que esta vez esto no suceda, dado que la emotividad conseguida en ciertas escenas es bruscamente (y escatológicamente, porque no decirlo) sustituida por algo parecido al desconcierto.
Con semejante experiencia Medem es consciente de que con Caótica Ana ha abierto otra puerta. Es cierto que sus cabriolas visuales ejercen el efecto hipnotizador de antaño, aunque cabe la posibilidad de que más de un amante de su cine pueda llegar a plantearse si ha valido la pena asomarse a ella.