Después del éxito que supuso Como Dios era lógico esperar que los norteamericanos nos endosaran una secuela de la misma. Eso sí, siguiendo la tradición de las segundas partes hechas con poco mimo, sencillamente para recaudar lo que buenamente puedan mientras el público tenga a bien mantenerlas en cartel, nos llega una película donde no están valores firmes como Jim Carrey, Jennifer Aniston ni Philip Baker Hall, sino que nos toca conformarnos con Morgan Freeman –que a buen seguro habrá hecho valer su caché en los escasos minutos que aparece–, y también con Steve Carell, secundario en la cinta original que aquí se torna protagonista absoluto y casi émulo de Homer Simpson en carne y hueso, a juzgar por la cantidad de golpes que recibe y gritos desesperados que profiere ante las situaciones en las que se ve envuelto.
Sigue dirigiendo Tom Shadyac, especializado en lidiar con cómicos como Eddie Murphy o el antes mentado Jim Carrey, y el resultado acaba por estar a la altura (o incluso por debajo) de otros trabajos suyos como El profesor chiflado o Patch Adams, confundiendo “comedia” con poner a un tipo en un contexto gracioso y dejar que la cosa vaya sola a partir de ahí. La pena es que todo lo demás (los enredos bien planificados, las frases ingeniosas, los chistes trabajados) brilla por su ausencia, y Sigo como Dios se convierte a los pocos minutos de comenzar en una ingenua comedia sólo apta para niños muy pequeños (¿alguien recuerda Herbie torero? Pues por ahí va la cosa).
Otro gran mal de hoy en día que padece es que el tráiler lo destripa prácticamente todo, así que poco margen de sorpresa queda para las cuatro o cinco gracias que los guionistas han decidido incluir (el crecimiento de la barba del protagonista, los animales que acuden a él, etc.) y que de este modo no pillan desprevenido a casi nadie. Algo que el tráiler evita revelar es la conclusión, pero una vez se llega a dicho punto –un pequeño recorrido marítimo en vez del diluvio universal que se nos está anunciando– al espectador se le queda una cara de tonto descomunal, preguntándose si para este viaje hacían falta tantas alforjas.
Así pues, una nueva comedia demasiado aparatosa y con un humor muy básico que sólo contentará a aquellos que estén dispuestos a comulgar con la moralina barata de estos casos –ya saben: Dios y la familia son lo más importante en esta vida– que se nos predica de forma insistente desde el mismo inicio.