La peor película en lo que va de año. Un galimatías sin sentido del ridículo, impropio de Medem
Habrá quien considere insensible el subtítulo escogido para esta crítica, considerando que Caótica Ana tiene su origen en la muerte hace siete años de la hermana de Julio Medem. Pero ni el noble propósito de rendir homenaje a la fallecida a través de una figura simbólica que encarna "el instinto femenino de la creación" (la hermana de Medem era pintora, como la protagonista del film), ni las consiguientes reflexiones del cineasta vasco en torno a los misterios de la existencia, el inconsciente colectivo, el enfrentamiento entre los impulsos vitalistas de la Mujer y los belicosos del Hombre, los saharauis y la Guerra de Irak merecen otra cosa que la ironía.
Porque Caótica Ana no es solo una pésima película. Es que además demuestra tal autoindulgencia, tal seguridad en las memeces que desarrollan sus imágenes, que aunque Medem diga que su realización le ha permitido superar la depresión causada tanto por la desaparición de su ser querido como por la polémica recepción de su anterior —y mediocre— La Pelota Vasca: La Piel Contra la Piedra (2003), a uno le da por pensar que, muy al contrario, se halla en un estado intelectual bajo mínimos. Claro que, siendo justos, ese estado ya se vislumbraba en Los Amantes del Círculo Polar (1998) y Lucía y el Sexo (2000), películas que empezaban a confundir el lirismo y la experimentación narrativa con el romanticismo indie y la arbitrariedad autocomplaciente, no por casualidad coincidiendo con la entronización de su autor entre la odiosa tribu de los modernitos.
De Caótica Ana lo mejor que puede decirse es que su historia —centrada en Ana, una artista monísima y enrolladísima criada en Ibiza a quien una mecenas invita a crear en una comuna madrileña— se estructura como una cuenta atrás del 10 al 0 imitando el despertar de un trance hipnótico al que Ana se somete, y que le facilita acceder a los sufrimientos de otras jóvenes oprimidas a lo largo del Tiempo y el Espacio por el Macho Agresor. Y esa cuenta atrás es lo más atractivo porque al menos facilita calcular cuánto metraje falta para que acaben las situaciones sonrojantes y los afásicos diálogos, aunque Medem se guarde precisamente para el final una escena tan bochornosa que provocó en la sesión a la que uno asistió resoplidos, aplausos sarcásticos, y el abandono de la sala por parte de tres personas.
En cualquier caso es esa estrategia formal, así como un par de animaciones digitales, y el juego de cromatismos y texturas que propician las pinturas de Ana y las diversas localizaciones, los escasos valores a los que agarrarse durante el visionado de la película. Pero en ningún caso alivian la estupidez de un discurso propio de esas ferias de artesanía auspiciadas por corporaciones municipales y colectivos solidarios en las que vapores de incienso, hadas de cerámica, música new age, cartomancia y manifiestos naif sumen a l@s visitantes habituales en un éxtasis alucinógeno mientras el común de los mortales se pregunta dónde están los antidisturbios cuando se les necesita.
Debe mencionarse por último, ya que el circo mediático la está convirtiendo en una nueva Meryl Streep, la penosa interpretación de la debutante Manuela Vallés, que no sabe hacer otra cosa que reírse melifluamente salvo en dos momentos trágicos —cuando le son comunicadas la enfermedad y la verdadera identidad de otros personajes— en que su expresión es tal que la risa tonta se trasvasa al espectador. Eso sí, la exhibición de sus encantos faciales y corporales es continua, lo que imaginamos habrá llenado de kleenex usados la sala de montaje. ¿Acabará convertido Medem en el sucesor ideológico de Vicente Aranda? En cuanto a Bebe, la autoproclamada cantante y actriz, se muestra tan ordinaria como en otras ocasiones, si bien es cierto que su papel resulta incomprensible.
A lo mejor después de la catarsis personal que ha supuesto para él esta cinta Julio Medem vuelve, creativamente hablando, al mundo de los vivos. Lo desea uno de todo corazón. No ya porque sería difícil soportar otra tontería parecida, sino porque entre las mejores películas que uno vio en 1992 y 1993 se contaban respectivamente Vacas y La Ardilla Roja, y en cambio Caótica Ana figurará, sin ninguna duda, entre lo peor de 2007. Desolador.