Quienes se frotaban las manos ante la idea de una película sobre el icónico Steve Jobs dirigida por David Fincher, no solo tenían en el éxito de La Red Social (2010) un motivo de peso: la filmografía completa del director de Seven, volver a unirlo a un guión de Aaron Sorkin, daba para pensar en un biopic a la altura del fundador de Apple.
Fincher se apartó del camino y las esperanzas se diluyeron: había que volver a centrarse en Perdida (basada en la novela de Gillian Flynn, adaptada a guión por ella misma) como próxima estación con parada, una nueva ocasión para tirar de best-seller en lo que es una modalidad a la que el realizador se ha consagrado, con apenas La habitación del pánico (2002) como excepción en forma de guión autónomo (firmado por David Koepp).
Y en Perdida nos encontramos ahora con todo lo que sirve para reivindicar a David Fincher como uno de los directores más en forma de la última época, una de las escasas garantías de una industria que con sus exigencias de reiteración, antes o después acaba sometiendo a cualquier personalidad a favor de la rentabilidad. Nos coloca ante una de esas cintas que, con una base argumental más o menos simple, da forma a un relato con distintas capas y puntos de interés, en el que la riqueza de sus personajes y su forma de encarar una situación de anormalidad, se hacen verosímiles por encima de las estridencias.
Ahondando en su hábil planteamiento, el mismo tráiler que dirige las sospechas en una dirección intencionada es buena muestra de la pericia de un enfoque en que nuevamente el qué vuelve a quedar en segundo plano respecto al cómo. No es tanto que el eje central, la verdad oculta, se desvele en uno u otro punto, que esta resulte más o menos impactante. Es la manera de articular ese revelado, cómo afecta a sus personajes nítidamente perfilados, a un mundo tangible cuyo sensacionalismo barato y maniqueísmo de usar y tirar se describen en lo que ni es una crítica, ni deja de serlo. Es acaso el escenario perfecto dispuesto por un director que solo se preocupa de que todo quede engrasado para que la realidad del celuloide sea la realidad en la que los espectadores pasen las dos horas y media de su metraje como un atento personaje más, bien sea como mero testigo, bien como potencial turba ansiosa de justicia, supuesta verdad o emotividad simplificada.
Se ha comparado con lógica el cine de Perdida con el de un Hitchcock cuyos valores en gran medida se actualizan, llevando sus misterios y recursos a tiempos de telerrealidad e internet en el bolsillo. Como él, Fincher da complejidad a sus protagonistas, crea cine del que deja regusto y una historia de las que vale la pena revisar. Y sin ser su negada redención, nos hace lamentar que mientras mirábamos cómo Ben Affleck se hinchaba para hacer frente al último superviviente de Krypton, estuviera participando en una más de las grandes películas de un director que es desde hace tiempo es de los que merecen toda nuestra atención, frecuentemente desviada por espectáculos más efímeros.