¿Puede la soledad cambiar la condición sexual de una persona?. Esta pregunta es la que, en cierta manera, plantea la película argentina Solos de José Glusman, un pretendido acercamiento a la complejidad de las relaciones afectivas pero esta vez bajo un enfoque masculino. En la cinta se dan cita dos amigos (Adrián Navarro, visto en Ciudad en celo de parecida temática, y Sergio Boris) que de la noche a la mañana se han quedado sin pareja. La convivencia entre ambos hará que surja la atracción sexual entre este par de heterosexuales.
Con esta excusa, el director se dedica a mostrar un sinfín de lugares comunes entre los que se encuentran las fases por las que atraviesa un hombre tras romper una relación, convertidas éstas en una especie de código universal reconocible en cualquier cinematografía. La baza importante es el genuino desparpajo de su elenco que a buen recaudo conserva el cine argentino, con lo que no queremos dar por sentado que toda la producción argentina goce de una salud a prueba de bomba, puesto que en ocasiones tanto discurso de manual acaba por embotar la cabeza a más de uno.
Con Solos el cineasta abandona toda complejidad narrativa y discursiva en favor de una historia sencilla sin atisbo de grandilocuencia. Tanto es así que el terreno estético empequeñece aún más el relato de estos perdedores. Y eso hace que la cinta parezca haber sido reducida a un conjunto de anécdotas sin un mínimo de pretensiones, situación que afecta irremediablemente a una trama cuyo planteamiento podía haber dado mucho más de sí.
Así pues, el proceso de cambio de los personajes no adopta una directriz clara, sino que las escenas quedan resumidas en un amasijo de chascarrillos unos con gracia, otros no tanto, sin resolución lógica ni conciencia dramática.
En conjunto, la producción no deje de ser mera la típica comedieta de noventa minutos sin otro deseo que el de entretener lo justo a un público poco exigente.