En el campo de la animación hay una querencia hacia los seres antropomórficos de diversa catadura (monstruos, pájaros, ratones, etc.), intentando evitar meterse en el berenjenal de tener que representar a la figura humana, siempre más susceptible de hacer obvios los defectos de fabricación en una producción de este tipo. Así pues, no es de extrañar que con el paso del tiempo y la acumulación de cintas animadas de diversa procedencia acabemos por encontrarnos con que un mismo animal es usado en más de una película. Si Locos por el surf o Happy feet ya compartían a los pingüinos como protagonistas, tampoco habría por qué llevarse las manos a la cabeza ante el estreno de ¡Movida bajo el mar!, donde los peces generados por ordenador son las estrellas, como ya sucediera en 2003 con Buscando a Nemo, de los estudios Pixar, o un año después merced a El espantatiburones de Dreamworks.
Pero si bien podemos achacar el abuso del contexto subacuático a un agotamiento de ideas sobre en qué entorno poner en danza el argumento, una vez que nos ponemos a analizar la forma de el film que aquí nos ocupa los obvios parecidos entre ¡Movida bajo el mar! y Buscando a Nemo resultan tan sonrojantes que levantan todo tipo de sospechas alrededor de esos Wonderworld Studios que la han sacado adelante. Empezando por el cartel, y siguiendo por el diseño y tipología de los personajes que van desfilando por esta producción destinada a un público de muy corta edad, todo apunta a que sus encargados han pensado: Si a Pixar les funcionó, ¿por qué no también a nosotros? Y ahí se han lanzado, a imitar sin rubor ni reparos aquella historia que tan buenas recaudaciones consiguió y dejando tan buen sabor de boca.
Tampoco es posible hallar ni un ápice de originalidad en el desarrollo del argumento, que se basa en el típico protagonista que debe superar múltiples dificultades, seguir las enseñanzas de un gurú –femenino en este caso–, derrotar al villano de turno y conseguir a la chica de la película, todo ello en apenas hora y cuarto de metraje (uno de los pocos detalles a agradecer). Para más inri, en la traslación del guión a la pantalla la limitación de medios resulta casi bochornosa, máxime si se nos ocurre compararla con el nivel técnico al que se está llegando de un tiempo a esta parte en las películas de animación, y da la sensación de que hemos retrocedido en el tiempo.
Por salvar algo, digamos que los niños más pequeños no notarán la mayoría de defectos arriba mentados, y se limitarán a entretenerse con las aventuras y desventuras de Chip. ¿Y qué hay de los espectadores más creciditos?
Obviamente, ésa es otra historia.