Si tan feroz es la industria del cine como nos advierten, no podemos dejar de preguntar qué alicientes encuentran algunos productores para llevar a cabo sus proyectos a pesar de la indiferencia que provocan desde su gestación. En el caso de Tocar el cielo quizá aprovechar la buena acogida del cine argentino en España en los últimos tiempos gracias a la comedias protagonizadas por Diego Peretti (No sos vos, soy yo, Tiempo de valientes) y los éxitos sentimentales del dúo Juanjo Campanella y Ricardo Darín (El hijo de la novia, Luna de Avellaneda). Puede que también, dado que la producción corre a cargo de una compañía que dirige un circuito de salas dedicadas a la exhibición de cine iberoamericano, cubrir cierta cuota de pantalla con producción propia.
Tocar el cielo no es una mala película. Ni buena. Quizá es algo peor: es inane. Está repleta de buenas intenciones, tópicos, giros y momentos pretendidamente emocionales que nunca alcanzan el patio de butacas. Marco Carnevale, director y coguionista, también firmante de la reciente Elsa & Fred, rueda con desgana esta historia en la que se nos muestra un repertorio de variaciones acerca de las relaciones entre padres e hijos: los que se reniegan, los que se aman en la distancia a pesar de las diferencias, los adoptados, los inadaptados, los que están por venir. La realización, sin mordiente, televisiva en el sentido peyorativo de la palabra, y la débil escritura de secuencias y personajes lastra las algo manoseadas historias que se cuentan, desactivando incluso la que podría resultar más interesante: el intento de una divorciada adinerada por adoptar el enésimo hijo de una familia pobrísima para cumplir sus anhelos de maternidad.
El reparto, compuesto por solventes profesionales, bracea (y a veces vocea) inútilmente a lo largo del metraje intentando encarnar personajes con muchas incoherencias en su descripción y desarrollo. Chete Lera le pone ganas, es marca de la casa, a un profesor de literatura retirado cuyo carácter, según nos cuentan, excéntrico, seductor e inteligentísimo no se vislumbra en nada de lo que hace o dice. Raúl Arévalo aprovecha un cambio de registro en relación a sus últimos trabajos (El camino de los ingleses, ¿Por qué se frotan las patitas?) para poner a prueba su talento en el papel de su hijo, demasiado plano para sus posibilidades. China Zorrilla y Facundo Aranda, actores argentinos, aportan el encanto de su acento y sus físicos a sus personajes: ella como abuela y soprano retirada, él como su irresistible y seductor nieto marcado por la muerte de sus padres. A Verónica Echegui parece quedarle aún mucho camino en un papel adecuado a sus posibilidades que podía haber lucido más.
En conjunto, todos participan de las buenas intenciones pero pobres resultados de esta coproducción hispano-argentina que se limita pues a seguir la estela marcada por el tono de los últimos éxitos argentinos en nuestra cartelera.