En el repertorio de cintas que separan crítica y público, The Skeleton Twins bien merecería un espacio destacado. Estamos ante una de esas películas que en la misma semana de su estreno, terminan en las salas más pequeñas de los multicine, limitadas a un público tan marginal que da para plantearse cuánto más interesante sería la película que contase las vidas de los allí presentes.
En su lugar, el mismo Mark Heyman que participó en la escritura de El Cisne Negro de Aronofsky (entonces con hasta 3 guionistas más, cierto) relata la vida de dos hermanos que tras diez años sin verse, coinciden en el punto en que se plantean finalizar sus vidas.
Si cintas como The Skeleton Twins respondiesen a un estudio de mercado, probablemente se debatiría entre la audiencia hipster en día de lluvia, y los suicidas perezosos. En su lugar, nos encontramos con carne de festival más o menos llamativo (nominación y premio en Sundance, nominación sin premio en los Gotham y el festival de Edimburgo) y que recogiendo los tristes destinos de sus torturados personajes, contagia su abulia a la hora de realizar interpretaciones o pretender mantener mucho más en la cabeza una proyección que prometía contrastar sus miserias con dosis de humor, pero que debieron perderse en el terreno de las intenciones sin recursos.
Realizando una labor a la medida del relato, Kristen Wiig y Bill Hader son generalmente eficaces aún cuando sea preciso subrayar que para el humor hayan contado con pólvora mojada, que su pasado no logre dibujarse más allá de sus caras de pena y su ineficacia para crear empatía. Con semejante panorama, terminan por convertirse en personajes aborrecibles que fían el curso de sus pasos a una atmósfera en la que el espectador puede concluir que si ayuda al final del metraje, lo más adecuado es que concluyan su andadura por la vía rápida.
En otras ocasiones, algún momento de humor genuino, una mayor personalidad de la banda sonora, algún resquicio de mensaje (que ni con voz en off, tan lastimera e improductiva como el resto) daban para cintas con poso. En su lugar, apenas algo de tristeza, pasto para el olvido. Estamos ante probable gasolina para depresivos sin causa concreta, que quizá deberían acudir al Prozac, o probar suerte en algún rincón más constructivo de la cartelera.