Entre el reportaje y el drama televisivo, una película inmersa en el hoy hasta el punto de no poder trascenderlo
El 23 de enero de 2002, el periodista norteamericano Daniel Pearl es secuestrado en Karachi mientras prepara un artículo para The Wall Street Journal. Ocho días después sus captores, pertenecientes al Movimiento Nacional para la Restauración de la Soberanía Paquistaní, le degüellan y decapitan frente a una cámara de vídeo al no ver satisfechas sus demandas relativas a la liberación de los compatriotas detenidos en Guantánamo como consecuencia del 11-S.
La mujer de Daniel, Mariane, también periodista y por aquel entonces embarazada, publica dos años después de la tragedia un libro en el que da cuenta de los angustiosos días que mediaron entre el secuestro y el asesinato de su marido, y en el que rinde tributo a su figura. Brad Pitt se plantea producir una adaptación cinematográfica cuyo papel protagonista regala a Angelina Jolie, y ambos ofrecen su dirección al británico Michael Winterbottom.
Éste se aplica a la labor con el estilo ecléctico, pseudodocumental, que ha caracterizado sus cintas previas asimilables a Un Corazón Invencible: Welcome to Sarajevo (1997), In This World (2003), Camino a Guantánamo (2006). En todas ellas, el compromiso ideológico no se concreta mediante discursos explícitos de ningún tipo —aun así, es obvia al respecto la filiación complementaria de Un Corazón Invencible y Camino a Guantánamo—; sino gracias a la constatación impresionista, casi a la manera de un reportaje, de cómo determinadas coyunturas sociopolíticas determinan el devenir de las existencias individuales.
Lo significativo es que estas cualidades pueden extenderse al grueso de su obra sin importar su aparente disparidad genérica o su ubicación en el pasado o el futuro. Si atendemos al tiempo en que están conjugadas Jude (1996), El Perdón (2001), 24 Hour Party People (2002), Código 46 (2003) o Tristram Shandy: A Cock \& Bull Story (2006), películas ubicadas en épocas y escenarios diversos, comprobamos que se trata de un hoy incapaz de sustraerse a su propia mirada contemporánea y, por tanto, coyuntural. Winterbottom recurre sistemáticamente a la ficción documental y a un montaje fragmentario que impide al espectador, y casi cabría decir que a sus personajes, aspirar a una construcción dramática que albergue para unos y para otros la nostalgia del pasado y la esperanza en el futuro. Y un arte que pretende reducir al instante cualquier experiencia humana resulta en buena medida estéril y sujeto a fecha de caducidad. Algo sobre lo que, en nuestra opinión, el propio Winterbottom parecía reflexionar en la citada Tristram Shandy.
Un Corazón Invencible también queda atrapada en esa limitación creativa. Mientras el cineasta describe las frenéticas investigaciones de Mariane, sus colegas periodistas, las autoridades pakistaníes y los servicios de inteligencia norteamericanos por encontrar a Daniel, la película no concede un respiro al espectador, inmerso en todas las variables emocionales y políticas de la situación. A nivel técnico, y en un registro similar al del cine de Paul Greengrass, Un Corazón Invencible es irreprochable. Pero como en El Ultimátum de Bourne o United 93 esa trepidación, ese realismo concebido como espectáculo (y viceversa), no sólo va en desdoro de mayores reflexiones una vez abandonada la sala, sino que incluso durante el visionado provoca cierta sensación de vaciedad y confusión cada vez que la acción se detiene, fruto de la escasa ambición con que se ha tratado a los personajes y sus circunstancias, y de la discutible calidad estrictamente narrativa de la realización.
Es por tanto lógico que la historia de amor in absentia que mantienen Daniel y Mariane —ahogada por un fárrago histérico de móviles, internet, idas y venidas y diálogos de sordos ya antes de que el periodista sea secuestrado— destaque a través de varios flash-backs como el único aspecto humano de un relato por lo demás mecánico, ensimismado en el momento y que, en un perfecto paralelismo entre ficción y realidad, no sabe trascender su condición de producto premiable de temporada a mayor gloria de una estrella; un producto, eso sí, muy bien facturado por un Winterbottom que, como Greengrass, lo ha apostado todo a un presente cinematográfico del que ya veremos en pocos años lo que queda más allá de lo puramente testimonial.