Nueva producción de terror que incide en la idea de que los americanos no pueden estar seguros cuando abandonan su suelo patrio. Si películas como Turistas o las dos partes de Hostel ofrecían una versión tercermundista y desoladora de Brasil o Europa oriental respectivamente, ahora Cabeza de muerte advierte sobre los peligros de Irlanda, dando una visión inhóspita de un bonito país que seguramente no merece pasar a la posteridad únicamente como exportador de hongos alucinógenos y paletos endogámicos. Lo más triste de este subjetivo panorama es que viene pintado por un realizador de la zona, el irlandés Paddy Breathnach (Éxito por los pelos y El crimen desorganizado), que acaba tirando fotogramas contra su propio tejado.
Para intentar que el film destaque algo sobre el resto de producciones actuales supuestamente terroríficas el guionista Pearse Elliott introduce un elemento novedoso: las drogas como motivación. Cinco jóvenes americanos viajan a la verde Irlanda para reunirse con un nativo de la isla, antiguo compañero de estudios. Allí el grupo no se dedicará precisamente a visitar castillos e iglesias, sino que todos se entregarán al noble arte de ingerir setas con efecto psicotrópicos. Eso sí, bien metidos en lo profundo de un agreste bosque y con los teléfonos móviles rigurosamente desconectados gracias a la típica excusa estúpida de estos casos.
Con este planteamiento, es cuestión de minutos que aparezca el espectro asesino de turno, cuyo pasado está relacionado con un sombrío reformatorio abandonado que se halla en las cercanías del bosque y donde inevitablemente acabarán los protagonistas, incapaces de detener las muertes de sus compañeros ni el subidón que les han provocado los hongos.
Si Cabeza de muerte llama la atención por algo es porque intenta desmarcarse de la mayoría de cintas de terror juvenil que nos llegan desde el otro lado del charco, prefiriendo crear atmósferas inquietantes que la acercan por momentos al horror oriental (esa dama de pelo negro parece sacada de The Ring o La maldición). Sin embargo, el truco sólo funciona a ratos, ya que en otros se nos bombardea sin piedad con un ir y venir de sustos, estridentes subidas de música y con imágenes sincopadas más propias del terreno del videoclip.
En cuanto al guión, la confusión que sufren los personajes se transmite perfectamente al espectador, que asiste patidifuso a una sucesión de hechos poco comprensibles y que sólo son explicados al final, cuando se echa mano del recurso fácil de negar la mayor, algo que ya se dejaba entrever desde el mismo momento en que se nos describen las propiedades del hongo que da título a la película.
Al final el desaguisado no llega a mayores, y si bien cabría exigir más calidad a este tipo de producciones lo cierto es que consigue quedar ligeramente por encima de la media de los títulos de terror que se han estrenado en los últimos tiempos.