Siguiendo la estela de las sagas de Harry Potter y Crepúsculo, y en la onda de la reciente –y alargadísima– trilogía inspirada por un libro tan breve como El Hobbit, los responsables de Los juegos del hambre han decidido que los espectadores merecíamos que la última entrega de la franquicia novelística se convirtiera en dos películas, para mayor disfrute de quienes pasan por taquilla y también, por supuesto (y como razón principal), para duplicar las recaudaciones de un producto que ha demostrado contar con el suficiente número de adeptos como para que a buen seguro se les pueda exprimir unos pocos dólares o euros más antes de que haya que dar el carpetazo final a las aventuras de Katniss Everdeen.
Como era de esperar, el resultado final se resiente debido a tamaña decisión. Si hasta ahora habíamos disfrutado bastante con la que sin duda es la saga adolescente más rica en matices y digna de elogio de la presente década, en esta tercera entrega se echa el freno para ofrecernos un mero aperitivo de lo que está por venir en la conclusión de la historia. Por supuesto, y a la vista de lo que suponían las dos cintas previas, cuesta puntuar tan alto como antes un producto que se dedica a estirar tramas e intrigas palaciegas –más bien políticas, pero tanto da– hasta convertir las dos horas de proyección en un ir y venir de bustos parlantes que sientan las bases de la rebelión definitiva, de un modo sólido pero que provoca el tedio.
Sin la tensión –hábilmente manejada con anterioridad– de los Juegos del Hambre propiamente dichos, nos queda una sensación de insipidez. Es innegable que los personajes que van a jugar un papel destacado en el desenlace encuentran un buen número de segmentos donde ganar enteros de cara a los espectadores, pero dudamos de que la intensa retórica que predomina a lo largo de todo el metraje satisfaga a los adolescentes que esperan ver cómo evoluciona el triángulo amoroso planteado en los dos primeros títulos de la saga.
Más que aceptable a nivel de realización, ambientación y efectos especiales –qué menos hoy en día, y con los presupuestos que manejan este tipo de films– y con algunos actores que son un seguro de vida en cualquier producción (Jennifer Lawrence sigue haciendo crecer a su Katniss entrega a entrega), esta primera parte de Sinsajo no termina, sin embargo, de satisfacer. El innecesario alargamiento no le beneficia en absoluto, y la sensación de estar ante media película, antes un aperitivo que un auténtico bocado de calidad, se torna amarga. Esperemos que en la cuarta parte de la saga fílmica se puedan retomar los buenos resultados y la agradable impresión de que no estamos ante una película adolescente cualquiera.