¿Es posible que en una película en la que participe Jessica Biel haya algo más interesante que su propio físico? ¿es posible que una comedia posterior a los 90 con Dan Aykroyd no resulte trágica? ¿es posible que una protagonizada por Adam Sandler...? Posiblemente a estas alturas el planteamiento crítico con Os declaro marido y marido esté lo suficientemente claro. Con un resultado algo distinto, un poco de motivación nos haría investigar el regimen legal de Nueva York para comprobar si está tan desquiciado como plantea su argumento al exigir la contracción de matrimonio para poder cambiar a los beneficiarios de una pensión. De esta manera sabríamos si el burdo tratamiento de la excusa de la cinta es tan burdo como la propia excusa.
Como la cosa no da para tanto, sólo nos deja el cínico estupor cuando apreciamos que la trama nos presenta a Lawrence (Kevin James) como un bombero viudo que para poder redirigir esa pensión tras perder los plazos de su enviudamiento, decide pedirle a su amigo y compañero de trabajo, el semental Chuck (Adam Sandler), que participe de un matrimonio de conveniencia en compensación por haberle salvado la vida.
Entre el humor zafio, el meramente hormonal y el de la simplicidad más vulgar, al equipo de guionistas se le escapa algún que otro gag agradecido en lo que puede ser la máxima aspiración de toda comedia romántica mediocre, con el plus de obtener alguno particularmente esperpéntico. Sus aciertos se los debe uno de los ingredientes de la extraña combinación del equipo de redactores encabezado por Barry Fanaro (Men in black 2) y que incluye a Alexander Payne, escritor y director de películas como A propósito de Schmidt y la más conocida Entre Copas, firmadas ambas junto a Jim Taylor que se mantiene fiel a su lado a la hora de revisar el guión original.
El director Dennis Dougan, no obstante, es leal al estilo que le ha permitido firmar “obras” como Los Calientabanquillos, Seguridad Nacional (con Martin Lawrence) o Un Papá genial (en que también Adam Sandler ejercía de protagonista exasperante): descompensación, hipertrofia, recreación en gags redundantes... distintos defectos que encuentran en esa excesiva duración que se lleva el metraje hasta las dos horas el peor de todos, máxime cuando el pudor y sentido común imponían una comedia rápida de cierre precipitado y que no logra extinguirse entre discursos que tratan de defender la homosexualidad de la que previamente se han burlado, ahogando las escasas esperanzas de alcanzar la categoría de producto medianamente desdeñable.
Por lo demás quedan esos escasos tramos aislados de humor logrado a base de tenacidad, funcionales oasis en un desierto de estulticia en que un variado repertorio de actores –que incluye a Steve Buscemi infrautilizado como de costumbre– trata de levantar una función inútilmente mientras Jessica Biel lo logra en apenas unos segundos haciendo lo que mejor sabe: mostrar la justa cantidad de carne y administrar esa elaborada pose de playmate chic. Y posiblemente eso sea lo único que pueda recordarse escasas horas después de su proyección, por encima de la relación de su personaje que tomando a su partenaire por gay lo hace su mejor amiga, en un argumento trillado ya para rentabilizar la fama de uno de los Friend, y tratar de reciclar a la protagonista de Scream (Tango para tres). Poca novedad a estas alturas.