Inmersos como estamos en la tendencia hollywodiense de ofertar cintas cada vez más espectaculares y abracadabrantes, sin otro aliciente que el reto del más difícil todavía, resulta oportuno sentarse a ver una película como Conversaciones con mi jardinero, sencilla, diáfana y clara como la luz de la campiña francesa donde transcurre, en la que una conversación o la rememoración de un hecho de la infancia extirpa más carne a la pantalla que cualquier misión de uno de los héroes franquiciados que seguimos en las secuelas anuales de turno.
Daniel Auteuil, sólida estrella del cine galo, interpreta a un pintor parisino y sofisticado que, en plena fase de divorcio y desnivel creativo, vuelve a su casona rural materna donde contrata a un jardinero (interpretado por Jean-Pierre Darrousin) sin percatarse de que ambos fueron cómplices de alguna tropelía infantil. El jardinero, modesto y sabio en su ignorancia de lo moderno y lo actual, entra en complicidad con el pintor a base de mutuas confidencias acerca de sus avatares diarios. Jean Becker, director y coguionista, filma con exquisita sencillez las conversaciones entre ambos, dejándonos asistir al delicado espectáculo del surgimiento de la amistad, esa mezcla de admiración, amor y respeto que puede parecer infilmable, pero que Becker realiza con la sutileza y técnica de un maestro de la acuarela. Algo que recuerda temáticamente, salvando las distancias, a la soberbia Dersu Uzala de Akira Kurosawa.
La cinta está llena de diálogos entre ambos personajes, muy en la tradición del cine francés, mediante los cuales se enriquecen y transforman: el artista urbanita percibe la realidad de un modo más sincero, liberado de entelequias y poses intelectuales; el modesto obrero empieza a apreciar la belleza inexplicable de la naturaleza y la música. La fotografía de Jean-Marie Dreujou y el dinamismo del montaje del maestro Jacques Witta que salpica los diálogos con divertidos y rápidos flashbacks, redondean este fresco mural de dos ambientes, el rural y el urbano, inexplicablemente incompatibles hoy día.
Película sabia, serena y limpia, sin grandilocuencias y con dos excelentes interpretaciones resultado de la dirección del veterano Becker, que firma una suave reflexión acerca de los artificios con los que hemos complicado la vida.