Pese a su exagerado metraje, una muy interesante ficción biográfica en torno a la escritora Jane Austen
Escoger un episodio menor en la vida de la escritora británica Jane Austen (1775-1817) como materia de una ficción biográfica, y plantearlo de modo que la narración se estructure como la de sus espléndidas novelas, es el loable propósito de los guionistas Sarah Williams y Kevin Hood y el director Julian Jarrold, todos ellos debutantes curtidos en la pequeña pantalla.
La película se desarrolla hacia 1795. Jane (Anne Hathaway) tiene veinte años y la escritura es para ella —como será siempre, en realidad— una afición que la convierte, a ojos de la sociedad rural y la familia de medios modestos en que se desenvuelve, en una excéntrica a la que costará encontrar marido. Tampoco es que se muestre muy interesada en ello, para desesperación de su madre (Julie Walters). Hasta que entra en escena Thomas Lefroy (James McAvoy), un atractivo estudiante de leyes irlandés famoso entre sus amigos por sus hábitos disipados.
Para quien se halle familiarizado con las triquiñuelas de este cine inglés de época, pulcro y romántico, no hará falta contar más. Y menos todavía si se han disfrutado las obras de Austen —por ejemplo, el Darcy de Orgullo y Prejuicio está inspirado en Lefroy, ¿o será al contrario?—, pues como ya se ha señalado los guionistas apuestan con ingenio por hacer del romance juvenil de Austen una de sus novelas. Y así, la crítica social y de costumbres, la intriga sentimental y el apólogo moral se conjugan a lo largo del metraje hasta convertir curiosamente La joven Jane Austen en una de las mejores adaptaciones cinematográficas, aun sui géneris, del universo de la autora que se han realizado en los últimos años (y eso que ha habido bastantes). A ello contribuye más de una curiosa reflexión sobre la creación artística y sus diferencias con la realidad, amén de un encuentro revelador de Austen con la también novelista Ann Radcliffe que hará las delicias de los amantes de la metaficción literaria.
Si a pesar de tales alicientes, de la maravillosa presencia de Anne Hathaway, y del soberbio montaje de enredos, sonidos y tonalidades fotográficas que preside la última secuencia de baile, La joven Jane Austen no alcanza la excelencia, se debe al descontrol de la segunda mitad del film, que reitera la situación del ni-contigo-ni-sin-ti hasta más allá de lo soportable teniendo en cuenta que el espectador sabe (o debería saber) cómo acaba la historia. En este aspecto, lo que sí logra Austen en sus novelas, atrapar al lector pese a que éste adivine desde la primera página absolutamente todo lo que va a pasar, se les escapa de las manos a Jarrold, Williams y Hood, lo que confirma la dificultad de imitar un estilo incluso conociéndolo al dedillo y respetándolo.
Esto no quita para recomendar una película que segura e injustamente será tan minusvalorada por público y crítica como las novelas de Austen.