Desde que Disney engulló a Marvel existe una cierta expectación a propósito de cuándo llegará a los cines la primera gran película animada basada en los superhéroes La Casa de las Ideas. Con Iron Man, Capitán América y compañía con una agenda muy ocupada con sus versiones de carne y hueso, no parece que por el momento vaya a producirse un encuentro con Pixar que podría redundar en una temida saturación del género en la ya cargada agenda de Los Vengadores.
Lo que sí era viable era sacar rendimiento a las marcas de segunda fila, motivo por el cual los personajes creados por Steven T. Seagle y Duncan Rouleau en las páginas de Alpha Flight # 2 se posicionan como el estreno fuerte en este periodo navideño, sirviendo además como forma de calibrar el potencial de una de superhéroes animados con la factura técnica de los animadores de Disney.
Pues bien, aunque efectivamente estemos ante una creación previa con orígenes en cómic, lo que el espectador medio va a encontrarse viene con aires de remedo, de marca blanca, de producto con mucho más de intención que de creatividad pura, en que hasta su nombre y su repertorio de personajes se elaboran con una simplicidad tal que no es de extrañar que su principal y más icónico personaje sea apenas un ente hinchable e informe al que revestir con armadura de corte Iron Man.
Qué decir de su tropa de acompañantes, cuyos nombres como Wasabi o Honey Lemon parecen más elegidos por niños que pensados para ellos (a pesar de contar con un triplete de guionistas tirando del trabajo previo de otros cuatro) y cuya ubicación en San Franciosko (cruce de SF y Tokio) parece limitarse a apelar al bolsillo de cuantas más audiencias mejor.
Con ese panorama no es de extrañar que las cuitas y gozos de su los héroes de rasgos hipersubrayados sean tan planos como para convertirse en una tan solo otra parte más de la excusa para una montarnos en una atracción de feria infantil, una que huele a versión descafeinada con que amortizar los recursos a medio gas. Antes de la fiebre comiquera, de la gran fusión antes citada, Los Increíbles hicieron lo mismo que Big Hero 6 parece intentar y lo hicieron mucho mejor, aportando un contexto, unos protagonistas individualizables, un conjunto orquestado para llegar tanto a niños como a adultos sin perder a los primeros como casi hace la que nos ocupa. Decimos casi porque a pesar de sus defectos y evidentes debilidades, Big Hero 6 no es tanto una mala película como un producto cuyo mecanismo y mezcla heterogénea pone excesivamente de manifiesto un artificio al que le falta la autenticidad de cualquiera de las grandes creaciones de Marvel, explicable por unos orígenes en que la autoría era tan desbordante como para con el paso de los años haya ido apelando a otros tantos guionistas y dibujantes, capaces de mantener a unas creaciones que, con sus altibajos, se encuentran a años luz de cualesquiera imitaciones.