Mientras Tim Burton sigue acaparando titulares a propósito de su cada día más posible Beetlejuice 2, llega a la cartelera una Big Eyes que supone un drástico cambio de registro en las constantes de su filmografía. Así, si el realizador nos tiene acostumbrados a un fantástico de sello propio (aunque el paso de los años pueda haberse desvaído la fórmula), la nueva película protagonizada por Amy Adams no muestra en ninguno de sus momentos rasgo alguno de los asociados a su cine.
Esto es así porque a la hora de contar una historia basada en hechos reales, Burton debe ceñirse a sus requisitos dejando a un lado su repertorio de recursos habituales, algo que equivaldría a adulterar el relato. Difícil en ese sentido saber si para el director de Big Fish el cambio ha sido un ejercicio de contención o por el contrario un respiro, pero todavía es mayor la duda que plantea a propósito de su audiencia: qué serán más, si quienes puedan sentirse defraudados al acudir al cine buscando lo que su nombre sugiere, o quienes aprecien su polivalencia.
En cuanto a su trama, se centra en Walter Keane (Christoph Waltz), un histórico impostor que hacía pasar los retratos de su esposa (Amy Adams) como propios, y que apenas sugiere en algunos momentos a través de las sombras de su bipolaridad algo de oscuridad. La historia real ejerce por tanto de muro de contención no solo de los instintos de Tim Burton, sino de cada posible salto hacia el clímax, algo que puede terminar dejando un poso de tibieza o indiferencia.
En la historia narrada resulta evidente que por más que la amoralidad y aspiraciones sin un ápice de talento artístico de Kean revelasen una personalidad desequilibrada, la obra de su autora no habría tenido su repercusión sin esa misma ambición, que sirvió para que sea apoderase de su obra y para colocarla en cualquier lugar posible en busca de una visibilidad de otra forma impensable. En la distancia algo similar sucede con Big Eyes: una cinta correcta que sin Amy Adams y Tim Burton apenas superaría la categoría de cine para consumo doméstico de sobremesa. Eso sí, muy aseado.