Cuando una película recibe tantos halagos en un género tan trillado como el del suspense, que cuenta con representantes en la cartelera prácticamente de forma semanal, es fácil sospechar que algo poco honesto se cuece en sus aspectos promocionales. Porque con El Laberinto del Fauno y sus encantos de cuento poético que palidecían en comparación con cualquiera del cine de Burton, ya hubo una sensación de sobrevaloración y loa gratuita o interesada. De bajar el listón por proximidad patria. También porque nos encontramos con un nuevo director debutante de esos que surgen de escuela de cine cuadriculada, que suelen optar por subrayar aspectos técnicos hasta la saturación en algo que les resulta muy útil para su paso por la publicidad, allí donde el machaqueo es preceptivo y la escasa duración del anuncio les evita saturar como suelen hacerlo en los largos.
Está también ese componente de autobombo, de cadena televisiva metida a sacar rentabilidad, que se une al cine español como frente con escasos motivos para el orgullo y que los encuentra precisamente cuando más logra alejarse de su apariencia, demostrando una vez más aquello de que nuestras supuestas señas de identidad no son si no referencias para marcar un adecuado punto de huida.
El caso es que hay cosas que no se aprenden, ni en las mejores escuelas de cine, ni recogiendo los mejores consejos del mentor de turno. Y esas Bayona como director las tiene muy bien aprendidas. De esta manera, a pesar del escepticismo, la cinta logra tantos del todo inusuales como podrían ser alejarse en todo momento de la estética vulgar habitual en nuestro cine a pesar de ubicarse en nuestros escenarios; mantener la técnica como vehículo de narración -al margen de redundancias en los enfoques de la casa como protagonista-; jugar con la tensión sin necesidades de vísceras explícitas y hacer del desasosiego y su tratamiento un cauce por el que hacer discurrir con agilidad su metraje.
Una parte de los méritos debe corresponder a Sergio G.Sánchez como guionista, por más que en su desenlace haya elementos que recuerden al Laberinto del Fauno. Pero con los atractivos que pueda tener su historia, los juegos argumentales y las escenas de miedo psicológico que haya ofrecido, lo cierto es que muchas de sus bazas han sido sobreexplotadas en otras cintas. Lo interesante está en su mezcla, en la ejecución. En algo tan atípico como una dirección de actores –algo que va más allá de las mencionadas virtudes técnicas– que hace de cada actor un personaje, y los mete en el argumento como no suelen hacer otras producciones en donde cada actor parece caminar en su propia línea interpretativa lejos de su trabajo funcional. Se podría remarcar esta idea actor por actor, pero es justo reconducirlo hacia Belén Rueda puesto que su papel de madre es pieza imprescindible para comprender cómo en su obsesión lucha contra lo imposible y en la recuperación de su hijo acaba por participar en lo que parece una aventura gráfica de obstáculos en otro caso cuestionables.
Con la comparación de varios clásicos y con otra de las escasas dignas representaciones del suspense español (Los Otros, con la que comparte el papel del edificio como protagonista silencioso) El Orfanato es una muy buena representación del género por el cuidado de cada una de sus escenas que evidencia sus ansias de corrección. Un ánimo que cuesta vislumbrar en el resto del cine cuando muchos se entregan a explotar estímulos fáciles de la taquilla o, en el caso español, lanzar anzuelos para la subvención. Algo que por fortuna Bayona no debería necesitar en el futuro.