A pesar de su juventud respecto a la edad de otras disciplinas artísticas, el séptimo arte ha dejado más que fijados los cánones de algunos de sus géneros: western, cine negro, thriller o suspense. Abordar cualquiera de ellos, en este caso un thriller judicial, aboca a dos vías para obtener algún resultado positivo: seguir sus normas eficazmente o superar las reglas aportando nuevas características. Los creadores de Fracture sin duda han apostado por el primer camino.
Un inteligente ingeniero aeronaútico (Anthony Hopkins) dispara a la cara a su mujer (Embeth Davidtz) al descubrir que le engaña con otro hombre (Billy Burke). Tras hacerlo, espera tranquilamente su captura con el arma homicida en la mano y, al ser detenido, escribe su confesión declarándose culpable. Lo diáfano del caso hace que un joven y ambicioso abogado (Ryan Gosling) lo acepte antes de dejar el modesto despacho donde ha trabajado antes de recalar en un prestigioso bufete. Sin embargo, en el juicio todo se le vuelve desfavorable: el arma que el presunto homicida tenía en la mano no estaba disparada y el detective que realizó la detención y posterior confesión del detenido era el amante de la víctima.
La película cuenta con la eficaz dirección de Gregory Hoblit, curtido realizador y productor de TV (Hill Street Blues, L.A. Law) y cine (Fallen, Frequency, La guerra de Hart) que dibuja la historia sin estridencias ni subrayados. También con un guión modélico de Daniel Pyne (El mensajero del miedo) y Glenn Gers en cuanto a dosificación de la trama, transformación de personajes y giros del argumento. Aquel que parecía tomarse la justicia por su mano por un despecho conyugal resulta ser frío y maquiavélico y en un viaje en sentido contrario, quién parecía un depredador deslumbrado por el ansia de triunfo tiene que acudir a sus virtudes humanas para lograr resolver el caso. La buena factura del resto de apartados técnicos y el ajustado casting, en el que Hopkins destila parte del celebérrimo Hannibal que construyó en El silencio de los corderos, hacen que la cinta se siga en todo momento con interés, apostando alternativamente por la victoria de uno de los dos personajes antagonistas, con el único reproche de la, en ocasiones, rayante y gesticuladora interpretación de Gosling, sobre todo en la primera mitad.
Estamos pues ante un correctísimo y muy eficaz suspense judicial que, siguiendo las pautas del género, aborda de modo somero temas como la culpabilidad, la honestidad, la ambición y la redención. Todo ello sin menospreciar el entretenimiento y el glamour, adaptando el producto al gusto de todo tipo de públicos.