Vuelve la saga que en 2008 convirtió a Liam Neeson en justiciero implacable y héroe de acción a la fuerza. Hartos ya de ver al actor meterse en la piel de personajes razonablemente similares al padre coraje de la primera Venganza, la tercera parte de la misma no ofrece sorpresa ninguna, exceptuando la premisa de que en esta ocasión toda la historia se desarrolla en territorio norteamericano, lejos de París o Estambul, y que son las propias fuerzas del orden estadounidenses las que van a perseguir al personaje principal, acusado de un crimen que no ha cometido.
Luc Besson, consciente de las posibilidades comerciales de su retoño, crea de nuevo un producto marca de la casa, aunque en esta ocasión vuelve a ceder la batuta a Olivier Megaton. A lo largo del metraje vamos a asistir a los lugares comunes en el cine orquestado por el galo, incluyendo por supuesto tiroteos, lucha cuerpo a cuerpo y destrucción masiva e indiscriminada de todo tipo de propiedades y vehículos como consecuencia de diversas persecuciones sobre cuatro ruedas.
Quien quiera tomarse la película en serio saldrá echando pestes, por supuesto, ya que ni la forma ni el fondo (de un reaccionario que tira de espaldas) soportan el menor análisis. Por el contrario, aquellos que sepan de qué pie cojea Besson –los que prefieran tomársela como un placer culpable– y decidan entrar en el juego tienen por delante hora y media de entretenimiento bien rodado, con todos los ingredientes que le han dado la fama y los réditos al francés.
Heredero de los filmes de Charles Bronson en los años 80, V3nganza insiste en machacar sobre los mismos puntos, sin dejar mucho tiempo para respirar, y termina conformado una trama que se visiona desde la butaca en automático, pendientes solo de algún chascarrillo que pueda caer o de trucos baratos del guión que casi resultan entrañables (lo del yogur de la hija clama al cielo) o de flashbacks torpes que mueven a la carcajada. Aquí, como en la saga de Los mercenarios, la actitud irónica siempre ayuda a que entre mejor una cinta que solo aspira a distraer y a hacer dinero.