Entre 1977 y 1979, Leiji Matsumoto desarrolló la inconclusa manga Capitán Harlock, que con el paso de las décadas ha conocido revisitaciones tanto en papel como en formato televisivo. Ahora llega el turno, bajo la supervisión del propio creador, de la traslación a la pantalla grande de este pirata espacial y su tripulación. Shinji Aramaki, encargado de películas animadas de Appleseed, Halo o Starship troopers, recoge la batuta y nos entrega las nuevas aventuras situadas en el universo de este cómic de culto.
Hay que hablar por separado de los resultados que obtiene la cinta. Por un lado, la animación es exuberante y espectacular, recordándonos a aquel Final fantasy: La fuerza interior (2001) que a su vez seguía el diseño de muchas introducciones de videojuegos actuales que buscan asemejarse al séptimo arte. No se puede poner ningún reparo al diseño de personajes, a las naves o a los escenarios diversos que van desfilando por la pantalla. Tampoco desdeñemos las escenas de batallas espaciales, ni un puñado de escenas impactantes que funcionan excelentemente como ilustraciones sueltas o como fondo de escritorio de cualquier ordenador. El cuidado por el detalle casi resulta enfermizo.
Sin embargo, en cine no todo es imagen. El argumento del que se nos hace partícipes presenta demasiados defectos como para que podamos disfrutar del film. Se apuesta por una ciencia ficción hard, plagada de conceptos poco digeribles por el gran público, y que desde luego desaconsejan llevar a niños pequeños a la sala. Los personajes no muestran excesivas emociones, y al espectador le cuesta empatizar con ellos, asistiendo a los acontecimientos desde la frialdad que da la distancia. Por poner un ejemplo, la invulnerabilidad de la nave de Harlock ya resta un buen montón de enteros a la tensión de ciertas situaciones, ya que sabemos que van a salir airosos de todas ellas.
En cuanto a la historia en sí, es farragosa y en general no sabemos muy bien en qué punto de la misma nos hallamos –si nos van a contar todo lo que ha sucedido con anterioridad al arranque de la película, o si por el contrario lo van a dar por supuesto–; además, se pasa las casi dos horas que dura dando vueltas alrededor de unos pocos elementos y personajes –y alguno incluso cambia de bando cada pocos minutos, provocando indignación–, dando la sensación de que se ha estirado innecesariamente una trama que de haberse reducido hubiera sido más entretenida. Y mejor no hablemos de unos discursos largos y tediosos que salpican buena parte del metraje, explicando detalles del pasado de los personajes. En resumidas cuentas, un deslumbrante embalaje para un contenido plúmbeo.