Si hay películas que sirven para respaldar carreras cinematográficas, debería haber películas que condenasen otras. Porque, sí, en 1999 los hermanos Wachowski lograron un hito en el cine de ciencia ficción con Matrix. Revolución visual, icono de verdades ocultas para conspiranoicos, lo tenía todo para ser una cinta de culto intemporal.
De hecho, con sentido crítico es fácil entender que su recuerdo todavía podría haber sido mejor si las obligaciones de mercadotecnia no hubieran impuesto una trilogía que hipertrofiaba su relato dando rienda suelta a sus excesos, habitualmente grotescos. Fuera como fuese, desde entonces Speed Racer y El Atlas de las Nubes habían quedado lejos de lo que aquella logró, pero manteniendo dignidad al anotarse aciertos y dar muestras de una personalidad que todavía les proporcionaba crédito.
Ese crédito, se consume en apenas unos minutos de El destino de Júpiter, y a partir de ahí se comienza a generar lo que debería ser una deuda para próximos proyectos, probablemente equivalente a la que si se impone el sentido común dejará una producción que con presupuesto de 176 millones de dólares no debería pasar de los incautos que hayan caído en sus garras el primer fin de semana.
Porque dejémoslo claro desde un principio: El destino de Júpiter se encuentra en esa categoría de bodrio sublime donde si sus desatinos hubieran sido intencionados, alguien podría hablar de sátira o autoparodia. Un fiasco monumental digo de las mejores escuelas de cine, donde debería proyectarse en módulo propio como ejemplo valioso de todos los errores en que pueden caerse y que da para varias disciplinas: cómo no debe actuarse, cómo no debe estructurarse un guion, qué defectos deben apreciarse en el montaje, cómo no intentar crear jamás personajes (compartiéndose el temario con escuelas de diseño y alargándose a naves, escenarios, vestuario…), cómo en definitiva se consigue desesperar al espectador en la butaca, imponiéndole resguardarse en su Smartphone en una evasión por una vez más que comprensible, obligada.
Cierto que en el género de la ciencia ficción interplanetaria no es tan sencillo crear mundos cohesionados, pero cierto también que si alguien debía poder hacerlo, a priori eran los responsables de Matrix a poco que se centrasen. En lugar de eso, cargados de peligrosas ambiciones recuerdan las complicaciones de ponerse creativos imaginando mundos y criaturas sin que su distribución resulte cohesionada y verosímil (algo que refuerza los méritos de James Gunn en Guardianes de la Galaxia: se apoyara en un extenso trabajo previo entre viñetas, pero hasta hace no demasiado tiempo esas adaptaciones acababan igualmente resultando chirriantes).
El problema es que, como decimos, una vez inflado el ego de los Wachowski, era difícil hablar de mesura. Y presos de su megalomanía, la mezcla se convierte en un delirio artificioso marcado por una sobreabundancia que solo puede calificarse de hortera.
Por esa vía, si el diseño de las especies es irritante y sin más trabajo que la simple extravagancia incoherente, qué decir de sus personajes: parecen competir entre ellos a nivel de sobreactuación, inconscientes de que siempre caerán ante Eddie Redmayne, admirable en su apoteosis estomagante. Que por otra actuación exagerada como La Teoría del Todo esté nominado al Óscar, nos hace plantearnos —como al principio— si algunos papeles no merecerían restar para alcanzar premio por otros.
Por concluir lo que no merece más tiempo del que ya nos ha robado el proyector: si a todo lo dicho sumamos una ejecución terriblemente torpe y basada en idas y venidas galácticas sin sentido alguno de la estructura y el ritmo, es fácil inferir que a tenor de sus medios y el resultado obtenido, los hermanos Wachowski han vuelto a destacar y tanto como lo hicieron en un pasado que suena muy lejano. Entonces con una película para recordar, ahora con una para hacer arder salas de cine. Visto lo visto, si no volvieran a ponerse jamás tras una cámara, no se perdería demasiado. Como en los casos de George Lucas y Shyamalan, reconvertidos en una fiable marca de mal cine.