Cuando allá por el cambio de milenio Stephen Hillenburg creó Bob Esponja, pocos podían conjeturar que con el paso de los años –tres lustros después, y lo que presumiblemente le queda– dicha serie televisiva se iba a convertir en un referente para millones de niños alrededor del globo terráqueo, aportando además un buen número de personajes que son conocidos y reconocibles fácilmente por esos mismos infantes ya convertidos en adolescentes, así como por sus familias, que en principio probablemente observaran con recelo las creaciones de Hillenburg, pero que a día de hoy también disfrutan con las mismas.
El segundo largometraje concebido para salas cinematográficas de Bob Esponja y amigos llega más de una década después de su predecesor, lo que obviamente no indica desmedidas ansias pecuniarias por parte de sus responsables. Para proporcionar incentivos extra a los espectadores, se ha optado por potenciar los efectos en 3D... aunque la jugada promocional tenga truco, y nos explicamos.
Quizá el máximo error que se puede cometer es acudir a la proyección esperando encontrarse con algo parecido a lo presenciado en el tráiler de la película. Cabe avisar de que la transformación de los personajes en figuras tridimensionales –a partir de su salida del agua, como reza el título– no se produce hasta la hora exacta de metraje, ofreciéndonos hasta entonces la historia que más o menos podríamos ver en cualquier episodio tradicional de la serie, obviamente alargado para ajustarse al formato cinematográfico.
Es de suponer que los seguidores fanáticos de la serie disfrutarán mucho más del film, ya que no es necesario tener que familiarizarse con los personajes ni con el modus operandi de sus historias, pero en general imaginamos que cualquier espectador lego podrá entretenerse sin problemas. Un héroe fuera del agua respeta los rasgos habituales de la serie, y nos arroja un cóctel explosivo y desprejuiciado donde cabe el optimismo como lema vital, el surrealismo que ha impregnado tantas otras series que han surgido en los últimos años –y cuyo origen no sería comprensible sin la existencia de Bob Esponja–, las locuras que se suceden con celeridad (genial el sketch del algodón de azúcar), los guiños para los más mayores de la casa, la mezcla de géneros, temáticas y estilos de animación... Además, es especialmente de agradecer que no se empeñen en restregarnos ningún tipo de moralina barata por la cara. E incluso Antonio Banderas está realmente bien en el papel que le han reservado, así que poco más se puede pedir.