Arrinconada a las puertas de los Óscar, no faltará quien piense que El Francotirador se ha quedado sin ninguno de los galardones más relevantes por la polémica que acompañó a la última cinta de Clint Eastwood en las últimas semanas. Que una de las cabezas más visibles entre quienes cuestionaban la glorificación a la figura de Chris Kyle sea la de Michael Moore, dice mucho de una controversia que sí es cierto que lo tenía todo para infectar la decisión de los académicos: galardonar al biopic de un soldado con rasgos más acusados de ejecutor, tiene demasiado de reconocimiento a una figura que lo tiene más fácil para ser considerado héroe fuera que dentro del entorno de ese compromiso de diseño chic de Hollywood.
En realidad, El Francotirador, en cuanto a biopic oscila sobre otro tipo de dilemas: ¿es fiable como adaptación de una vida o como adaptación del libro que la relataba? Y sobre todo, ¿funciona como película autónoma, crea personajes creíbles, empatiza ante sus vivencias y nos hace comprender una lógica antes inalcanzable?
Resulta fácilmente comprensible que en cuanto a la primera de las preguntas El Francotirador tenga un poco de todo: los héroes icónicos florecen por bandos, pasando por encima de sus miserias, rindiendo culto a unas virtudes que son parte de su leyenda. No es casual que el personaje de Kyle recibiera ese apodo de Leyenda, uno que surge en el momento en que la cinta nos hace partícipes de cómo muy pronto la unión de su extrema puntería y su mera supervivencia lo convirtieron en un personaje de otra dimensión, una en que ni él mismo parece sentirse cómodo. Aun así, seguimos presos de una visión, una que hace comprensible y humano a quien lejos de ser un mercenario es un luchador que combate por lo que entiende justo, en una justicia que parece accesible. Tan presos como lo son, abundando en lo anterior, quienes portan banderas del Ché, quienes toman el género del documental y su supuesto rigor para lanzar sus invectivas y cargarlas de ideología propia en una defensa incluso más rotunda de verdades subjetivas lanzadas con insolente superioridad moral.
Ya como película, Eastwood vuelve a ser efectivo en muchos de los aspectos clave de El Francotirador. La creación de sus personajes, dejando al margen su verosimilitud, permite esa empatía a la que aludíamos, comprender la complejidad de las relaciones de la pareja protagonista, el supuesto infierno en que vivía Kyle en constante lucha por racionalizar la guerra y su rol de protector. Algunas de sus escenas de acción están ejecutadas con pericia, especialmente porque gracias al trabajo realizado al humanizar a sus protagonistas somos conscientes de la fragilidad de sus vidas en un entorno que por habitual en los informativos es palpable como particularmente arriesgado.
Cierto que la figura del antagonista francotirador aparece escasamente bosquejada, y nos deja con un personaje que si bien parece preferible en términos de credibilidad de su trama que no cobre más importancia de lo necesario, se muestra en algunos puntos como un villano de manual cuya concreción se desdibuja. O que el final pactado con la viuda de Kyle nos deja sin una parte del relato, por no hablar de que el culto de banderas ajenas siempre olerá a inevitable proselitismo. Ahora bien, sin poder juzgar la realidad de un protagonista velado por la leyenda, sin opciones de calibrar si era o no un justiciero o si la responsabilidad era una carga que sobrellevaba estoicamente mientras abatía enemigos, solo queda juzgar a El Francotirador como película, y ahí tenemos que concluir que estamos ante una muestra de buen cine cuyo equilibrio y solvencia la elevan notablemente por encima de la media, e incluso con opciones para trascender como una de las grandes del género.