Tanto el currículum de Alex Garland —vinculado como guionista a nombres como Dredd o 28 días después— como su tráiler promocional —con clara intención manipuladora—, podrían confundir al espectador sobre el tono de la película con que el que va a encontrarse en Ex Machina. Así, tras ser definida como thriller y con una selección de metraje que en su anuncio subraya la única escena donde uno de sus personajes da dos pasos ligeramente acelerados, resulta difícil sospechar que la trama de ciencia-ficción que protagonizan Oscar Isaac y Domhnal Gleeson es una obra de corte teatral en que todo se desarrolla sobre abundantes diálogos. En lugar de persecuciones, el peso recae sobre conversaciones, y estas dan forma a un debate sobre la complejidad de la esencia de la inteligencia artificial, sobre la formación de la personalidad de las máquinas y personas que las crean y manejan.
Una vez realizada esta aclaración —esto no es Yo Robot— es justo afirmar que los halagos que Ex Machina ha recibido son en gran medida merecidos, y pasar a un argumento en el que nos encontramos con Caleb, un joven inseguro pero cuyo talento y formación lo convierten en el candidato ideal para la prueba de Nathan, genio y magnate de la informática que quiere una opinión externa sobre su incursión en la inteligencia artificial.
La búsqueda de la singularidad se apoya en una base particularmente interesante por conocida: Nathan debe su posición privilegiada a la creación de un buscador que evoca directamente a Google, y cuyo registro de búsquedas sirve tanto para definir rasgos humanos en su creación de vida artificial, como para perfilar la personalidad de cualquiera de sus usuarios. A partir de ahí Nathan como creador con excesivo poder, Caleb como parte del experimento cuya función se entremezcla, y la máquina (una Ava a la que da vida Alicia Vikander) dan forma a un trío hecho para explorar rasgos de humanidad que se expresan de distinta forma en función de su posición de poder, que dejan al componente artificial reducido a una característica adicional que dice más del desdén de Nathan por todo aquello que queda bajo su aparente poder omnímodo, que de la propia máquina.
Conociendo el registro de la cinta y con interés por su temática es fácil participar de sus reflexiones y de un juego en que el mismo entorno está hecho para reforzar el misterio de sus sugerencias y el aislamiento del mundo exterior, de tal forma que solo queden sus protagonistas y el espectador implicado, recluidos en torno a un tema cuyo interés debería ser generalizado. Desgraciadamente ahí quedarán excluidos los impacientes, quienes apenas podrán limitarse a maldecir que la hermosa Ava se atreva a preguntarse por el mundo que hay más allá de las asépticas paredes que la rodean, a la falta de visceralidad de Caleb al buscar justicia para la seductora mirada inocente de aquella. Así funciona el mecanismo: hay públicos, hay géneros. Ex Machina, por su calidad, no merecía una promoción que los confundiera.