Con solo tres películas en su haber el sudafricano Neil Blomkamp ha construido un estilo argumental y estético propio que hace su cine reconocible al instante. Su inteligente uso del potencial de la ciencia-ficción para la metáfora crítica ya era evidente en sus dos primeros trabajos para la gran pantalla, ahora, a lo largo del metraje de Chappie, es posible rastrear elementos para la reflexión sobre temas como la influencia corporativa, el poder del complejo industrial-militar o la cada vez más acusada dependencia tecnológica de la población. Pero a diferencia de Distrito 9 y Elysium, en su tercer largometraje Blomkamp relega esa lectura crítica a un segundo plano para centrarse en la peripecia vital de su protagonista.
Chappie narra la historia de un robot policía al que su creador reprograma de forma que comienza a desarrollar una consciencia propia. El desarrollo del personaje, cuya mentalidad infantil inicial va evolucionando a lo largo de la trama, sirve de vehículo al realizador y a su coguionista Terri Tatchell para perfilar un viaje hacia la madurez donde se deslizan cuestiones como el bien y el mal, la vida y la muerte, la identidad propia, el sentido de la existencia y, en última instancia, las similitudes a nivel espiritual entre humanos y máquinas (temas que pese a su densidad la película maneja de forma amena y ligera). El éxito de su enfoque proviene principalmente del retrato de su robótico protagonista, que, pese a un diseño completamente artificial y sin un rostro que le personalice, transmite carisma y muestra una amplia gama de emociones que hacen que el espectador se identifique con su peculiar arco dramático. Shartlo Copley, actor fetiche del realizador, consigue transmitir mediante su voz y lenguaje físico una sólida interpretación que atraviesa con éxito las capas de infografía bajo las que permanece oculto en todo momento.
Irónicamente son los personajes humanos del film los que muestran mayores carencias, resultando ser mucho más planos y artificiales que el androide titular. Ninja y Yolandi Visser, miembros del grupo de rap sudafricano Die Antwoord -quienes básicamente interpretan una versión de sí mismos, nombres idénticos incluidos-, resultan efectivos pese a su inexperiencia actoral como esos delincuentes de los suburbios devenidos en padres adoptivos del protagonista. Blomkamp logra sacar un gran partido de su llamativa presencia y estética, pero a pesar de detalles como la tierna relación maternal entre Visser y el androide, nunca sabemos de ellos más allá de lo evidente.
Sorprendentemente los intérpretes más experimentados son los que se llevan la peor parte. Hugh Jackman se ve reducido a encarnar a un odioso villano cortado por un patrón de tópicos, cuyo único rasgo de personalidad es la envidia que siente hacia Chappie porque su propio androide de combate, apodado el Alce -y cuyo diseño se adivina como un homenaje al ED-209 de Robocop (1987)-, no ha logrado el mismo éxito comercial. Por su parte Sigourney Weaver se ve relegada a un papel de ejecutiva burócrata que no le concede el espacio ni el material que le permita brillar. De hecho empieza a resultar frustrante ver como en los últimos años Hollywood echa mano de una intérprete del calibre de la Weaver para relegarla a papeles tan episódicos como intrascendentes.
De forma similar al descompensado reparto, la trama pierde interés cuando se aleja del retrato del protagonista para apostar por el gran espectáculo de acción, que hace su presencia en el tramo final. No obstante –y más en el actual panorama de corrección política- se agradece que el realizador aporte a dichas secuencias una puesta en escena tan vigorosa como visceral, plasmando la violencia con una mezcla de crudeza e ironía propia del mejor Paul Verhoeven, confirmado ya como una de las principales influencias de Blomkamp. La fisicidad que transmite toda la producción -incluido ese protagonista animado digitalmente- apoyada por la potente banda sonora de tonos electrónicos de Hans Zimmer da un agradecido empaque a una película que, pese a ciertas flaquezas de guión, confirma a un realizador con voz propia al que conviene seguir la pista en el futuro.