Hace una década que Paul Haggis logró un reconocimiento masivo gracias al acertado doblete compuesto por Million dollar baby (Clint Eastwood, 2004), de la cual firmaba el guión, y Crash (2004), donde se encargaba también de la dirección. Los premios y nominaciones que ambas cintas merecieron en dos años consecutivos sirvieron, qué duda cabe, para que a partir de entonces cada vez que se publicite un nuevo film de Haggis se utilice la coletilla “del guionista de...” o “del director de...”, haciendo referencia a las dos películas que acabamos de mencionar, pese a que por el camino suyos hayan sido asimismo los libretos de Banderas de nuestros padres o Cartas desde Iwo Jima, de nuevo con Clint Eastwood como director de orquesta en ambas.
En tercera persona nos presenta a un Haggis en horas bajas. Si bien En el valle de Elah (2007) lograba convencer, el torpe thriller Los próximos tres días (2010) sembraba la duda respecto a su buen ojo para tomar ciertas elecciones en su carrera, y a la vista del estreno que aquí nos ocupa surgen nuevos interrogantes sobre los objetivos artísticos de su máximo responsable. A modo de variaciones de una misma historia, la cinta nos presenta tres grupos de personajes que se mueven en paralelo en otras tantas ciudades del primer mundo, cruzándose más de modo visual que virtual –las transiciones para pasar de una a otra son muy efectivas, qué duda cabe– y conformando un muestrario de penas y sufrimientos en lo que viene a ser un drama coral repleto de preguntas que van encontrando algunas explicaciones... aunque la resolución final nos deje patidifusos acerca de lo que creíamos saber.
Desde su mismo arranque asistimos a un conjunto que presenta un envidiable aspecto formal, así como un reparto más que interesante, pero que peca de frialdad. Las fatalidades de los personajes quedan muy lejanas –resultando sus crisis insulsas, cuando no directamente torpes– y el dramatismo de que se hace gala está tan forzado que a veces resulta irrisorio. Durante dos horas largas se nos pretende implicar en unos relatos impersonales que pecan de anodinos, y por cuyos protagonistas no logran que sintamos excesiva empatía: a la vista de lo que puede acontecerles, nos sorprendemos deseando que todo les salga mal, ya que ellos mismos se han buscado un desenlace así.
Habiendo sucumbido finalmente a la parte lacrimógena ya desplegada en Crash –aunque allí estaba mejor engrasada–, y con una ambición “de autor” que desemboca inevitablemente en un film plomizo y pretencioso, Haggis firma la que sin duda es su peor obra hasta el momento. Mención especial en lo negativo para la utilización de la música de Dario Marianelli, que invita a huir de la sala debido a lo irritante que resulta. Una pena.