Previsible y sensibloide en demasiados momentos, el principal problema es que nada de lo que sucede sorprende en realidad al espectador.
Partiendo de una premisa tan loable como la de la defensa de la libertad a cualquier precio, el debutante José Manuel González enmarca la acción de su primer largometraje en un hospital psiquiátrico, un manicomio ruinoso y olvidado por todos en la Extremadura de los años 60. Su aburrida rutina se ve alterada por la llegada de alguien diferente, un trotamundos que, bajo la tiranía de la ley de vagos y maleantes, va a parar a un lugar deprimente y desaconsejable para cualquiera, pero especialmente para alguien como él, un ser nómada y solitario, devorador de libros de aventuras, un Julio Verne que desea ver la mayor cantidad de mundo posible.
Tema planteado ya anteriormente (y con mejores resultados) por Milos Forman en Alguien voló sobre el nido del cuco allá por 1975, El hombre de arena plantea cuestiones que suscitan nuestro interés, tales como el lugar que los locos deben ocupar en la sociedad o el poder de decisión que deben poseer los pacientes sobre sí mismos. El director y guionista denuncia la situación de muchos de estos centros, donde la reclusión de estos, los hombres de arena, se convierte bajo el pretexto de velar por la seguridad del resto en una excusa para tapar aquello que es diferente, que no nos gusta, encerrándolos entre cuatro paredes, borrándolos, hasta conseguir hacerles desaparecer por completo.
Con estos ingredientes, a priori interesantes, la película no acaba sin embargo de funcionar. Previsible y sensibloide en demasiados momentos, el principal problema es que nada de lo que sucede sorprende en realidad al espectador, a quién no le resulta muy difícil adivinar lo que va a pasar a continuación, diálogos incluidos.
El reparto, plagado de caras conocidas, incluye entre otros a Irene Visedo, Mercedes Sampietro, Alberto Jiménez o Ana Torrent, que deben lidiar con unos personajes algo tópicos. El héroe idealista e indomable, el amigo tonto pero bueno, el director insensible, la enfermera de buen corazón, el cuidador cruel que abusa de su poder... En cuanto la pareja protagonista, interpretada por Hugo Silva y María Valverde, acusa demasiado la diferencia de edad, la química entre ellos no acaba de explotar y su historia de amor se desinfla poco a poco.
Con momentos simpáticos, su historia se ve con agrado y sin dificultad a pesar de tratarse de un drama, pero al terminar deja la sensación de haber visto pasar ante nuestros ojos un refrito de cintas ya vistas con anterioridad. Quizá lo mejor sea intentar quedarse tan sólo con el mensaje por el que apuesta, la de tener el valor de rebelarse y saltar al otro lado del muro. Al fin y al cabo, y como anuncia su algo desafortunada frase de promoción, “ninguna ley puede detener a un espíritu indomable”.