James Wan, director de la primera parte de Saw, vuelve a firmar una nueva película tras aquélla, y lo hace sin alejarse lo más mínimo del género que le dio fama mundial y que ha generado una serie de secuelas a cual más lamentable. Así pues, en Silencio desde el mal (uno de esos títulos de difícil explicación en la traducción al español de Dead silence) volvemos a sumergirnos en una historia de terror con marioneta terrorífica por el medio, aunque en esta ocasión el argumento discurra por otros derroteros y la casquería predominante en las últimas entregas de la saga mencionada también se haya dejado a un lado.
El libreto, escrito al alimón por el propio director y un Leigh Whannell que ya había dado muestras de hasta dónde llega su talento en las dos primeras continuaciones de Saw, nos cuenta cómo el protagonista recibe en su domicilio un muñeco de ventrílocuo que no tardará más que unos pocos minutos en masacrar a su mujer. Después de tan macabro acontecimiento el joven decidirá embarcarse en la búsqueda de los orígenes del muñeco, regresando a su pueblo natal (que también lo es del infernal artilugio) para intentar resolver el misterio.
A partir de ahí la originalidad escasea. La gente del pueblo es reticente a hablarle al recién llegado de ciertos acontecimientos pasados (por aquello de la que película no se resuelva a las primeras de cambio), y se van sucediendo diversas visitas a lugares tan agradables como cementerios, moteles de mala muerte y teatros abandonados en mitad de lagos tenebrosos. Por supuesto, todas ellas lo más cercano posible a la medianoche y dando todo tipo de facilidades para que se produzcan sustos poco trabajados, por aquello de no alejarse lo más mínimo de los tópicos del peor cine de terror.
La investigación que lleva a cabo el protagonista es una bobada de consideración, y para acabar de redondear la faena aparece por allí un policía (interpretado por Donnie Wahlberg) que lo único que consigue es provocar la risa del espectador cuando le vemos afeitarse con una maquinilla eléctrica en las situaciones más inverosímiles. Claro, que frases como “Una embolia cambia a un hombre” dichas por otros personajes en según qué contextos tampoco ayudan a que la cinta gane en credibilidad.
No descubrimos nada si avisamos de que al final de la cinta hay un giro del guión poco disimulado y se nos intenta sorprender con una increíble explicación que sólo provocará mayor hilaridad a un espectador mínimamente exigente. Es decir, justo el remate perfecto para un producto de usar y tirar que carece de verosimilitud desde su mismo arranque.
Resumiendo, que lo único salvable es su breve duración (aunque hay escenas excesivamente alargadas que se hacen muy aburridas) y las dos o tres risas involuntarias que provocan momentos como los mencionados arriba. Lo demás carece de interés, así que quien quiera pasar verdadero pavor con muñecos de ventrílocuo que se agencie algún programa antiguo de Noche de fiesta con José Luis Moreno. ¡El horror!