Un documental es una historia narrada visualmente sin necesidad de ficción. Hermanos Oligor es un documental. Por tanto... no. Hasta aquí llega el silogismo. Porque Hermanos Oligor es la historia de una narración visual rebosante de ficción.
Un día, la febril imaginación de Jomi Oligor se desbordó por la aparición del amor. Jomi no lo sabía, pero ese amor no era eterno y al terminar le dejó océanos de sentimientos que Jomi encerró en un sótano de gruesos muros y sonido de desagües. Senén Oligor se prometió en silencio que ayudaría a su hermano a salir de ese sótano y se encerró con él durante tres años para construir la obra de teatro más pequeña que se recuerda: Las tribulaciones de Virginia. En ella, Valentín siente los vaivenes del amor en forma de muñecos, alambres, bombillas deslucidas, música pasada de moda y mil cachivaches recogidos de la calle que ambos han transfomado en una representación teatral en voz baja y casi a oscuras para unas 50 personas. Ahora, Jomi y Senén, junto a su primo Pepe trasladan ese sótano a Berlín, la ciudad donde cayó el muro más famoso, para contar la historia de Virginia y Valentín. Jomi se enfrenta al muro del público alemán, a la frialdad de sus sentimientos germánicos, a la dificultad del idioma. Senén, entre bambalinas, va viendo como Jomi, representación tras representación, orada el muro que le lleva a esperar a Virginia en la cara de cada espectador.
Joan López Lloret capta la esencia del espectáculo de los Oligor echando mano de una gran sensibilidad al elegir los cortes de las entrevistas realizadas, de pudorosas posiciones de cámara al filmar la obra y de una surtida diversidad de soportes fílmicos baratos que componen las imágenes de la película. Sin embargo, el punto realmente fuerte y sorprendente de este documental está en el guión, firmado por el propio Lloret y Amanda Baquet, en el que se produce el milagro con el que sueña cualquier narrador: que su historia se convierta en una historia universal. En un admirable desarrollo en espiral, los guionistas narran la génesis y los motivos que llevan a los Oligor a llevar a cabo su obra hasta lograr la analogía con el Berlín que logró tirar el muro y la aventura de quienes se jugaban la vida con los inventos caseros más ingeniosos para superar aquella barrera fría entre hombres. Pareciendo dos temas totalmente inconexos, los guionistas consiguen explicar que se trata de lo mismo. Y realmente lo es.
Hermanos Oligor es un soberbio ejercicio fílmico de sensibilidad y narrativa, cuyo antecedente podría ser Crumb (Terry Zwigoff, 1994) la biografía de otro artista único que al exorcizar sus miedos a través de su arte, consigue que veamos nítidamente aquello que ocultamos bajo los muros de nuestra mediocridad.