Veintiocho años han transcurrido desde que Robert Benton dirigiera Kramer contra Kramer, y cuatro desde que llegara a nuestras pantallas su anterior film, La mancha humana. Si repasamos su filmografía y nos damos cuenta de que entre una obra y otra a este veterano realizador tejano le gusta dejar pasar casi un lustro, no es de extrañar que nos encontremos en El juego del amor con una película cuya característica principal no son precisamente las prisas con las que se narra la historia. Todo lo contrario, la corrección y el aroma a cine clásico que destilan los fotogramas acaban por remitirnos a directores como Lasse Hallström, que intentan crear obras repletas de buenas intenciones pero que al fin y a la postre acaban provocando pocas pasiones en los espectadores.
En El juego del amor se nos muestran una serie de relaciones de pareja que van a ir entrelazándose, mostrando algunas piezas de un mosaico afectivo donde hay cabida para diversas edades y estadios de una relación amorosa. Así pues, tenemos a una pareja de ancianos (la agradable comodidad) y a una de jóvenes (la arrolladora aparición del sentimiento), pero también a unos cuantos cuarentones que andan desorientados en la tierra de nadie que hay justo entre ambas etapas.
Con estos mimbres se teje un melodrama coral de tono amable que no destaca por nada en especial. Hay momentos donde predomina la humanidad bien entendida, y otros donde la ñoñería se hace dueña de la pantalla (las conversaciones que sostiene la pareja joven, por ejemplo). Greg Kinnear vuelve a interpretar a un pobre diablo apaleado por las circunstancias de la vida, mientras que un correcto Morgan Freeman se reserva las mejores frases de la cinta, ejerciendo de figura paterna y/o consejero de más de uno de sus compañeros.
A destacar como curiosidad la inclusión de diversos desnudos en determinadas escenas, o la trama lésbica con que prácticamente se abre la historia. Eso sí, se pasa uno casi toda la proyección deseando que un argumento así hubiera caído en las manos de dos directores como el fallecido Robert Altman o Todd Solonz, expertos en coger diversos relatos inconexos y convertirlos en un rico tapiz repleto de mordacidad y mala baba, dando pie a un análisis más incisivo de las relaciones amorosas en determinados círculos actuales.
En conclusión, El juego del amor se deja ver sin demasiados problemas, exactamente los mismos que tendremos para olvidarla en cuanto pasen unos pocos meses.