Will Smith lleva ya unos cuantos años siendo garantía de comercialidad bien entendida. Gracias a Yo, robot, Soy leyenda, En busca de la felicidad, Hancock o la saga de Men in black hemos tenido al norteamericano hasta en la sopa, a cambio de pasar un rato medianamente entretenido con todas las cintas mentadas. Sin embargo, tras algún desliz –After Earth (2013)–, habíamos estado una temporada privados de la presencia de esta mediática estrella en las salas cinematográficas.
Por desgracia, Focus pasará a la posteridad como uno de los trabajos menos conseguidos de Smith. Si bien el propio intérprete y su partenaire –una Margot Robbie que ha sorprendido gratamente en los últimos años, demostrando su valía– son lo mejor del film, con un carisma innato que hace que incluso nos creamos la química que supuestamente existe entre ambos, lo cierto es que la magia no se contagia al resto del metraje.
Estamos ante una película que entronca directamente con otras historias de parejas románticas o grupos de personajes que se dedican a estafar incautos, desde el Hollywood clásico hasta sagas como la de Ocean’s Eleven o –queremos creer– la excelente cinta argentina Nueve reinas. No faltan, pues, los mil y un giros del guion para intentar sorprender y descolocar al espectador cada pocos minutos, por mucho que, a fuerza de esperar dichos giros, cuando finalmente se producen terminen por provocar una irritación que invita a salir de la sala: atentos a la explicación de lo que sucede en el estadio de fútbol americano, porque clama al cielo.
Los directores Glenn Ficarra y John Requa, que anteriormente habían entregado dos notables trabajos –especialmente Phillip Morris ¡Te quiero!–, no son capaces aquí de lograr que su retoño despegue y termine por explotar todo su potencial. La película funciona a ratos, pero su división en segmentos hace que cada pocos minutos nos toque recolocarnos y volver a tratar de empatizar con las situaciones y los personajes; estos últimos, a fuerza de ser más fachada que contenido real, dificultan sobremanera que sintamos algo por ellos. Además, parece que no se ha sabido uniformizar el tono adoptado, y vamos basculando entre la comedia romántica, el thriller de estafas, la acción, alguna reflexión sobre la ludopatía...
En definitiva, estamos ante un batiburrillo que no se ha engrasado con eficacia, y donde prima la estética de los escenarios o el elegante vestuario sobre el fondo, tratando de hacer con dicha estrategia lo mismo que los estafadores que la protagonizan: distraernos con trucos de manos y con pirotecnia visual para que no nos demos cuenta de que nos están sustrayendo una considerable suma de dinero. El que vale nuestra entrada, básicamente.