Lo que son las cosas. Se pone uno a revisar su crítica de Fast \& Furious 6, por aquello de entrar en materia y calentar motores para enfrentarse al comentario de su séptima entrega, y se da cuenta de que poco nuevo puede aportar a lo dicho en aquella ocasión, hace ahora casi dos años. Prácticamente todos los puntos tratados en dicha reseña vuelven a tener vigencia en el estreno que aquí nos ocupa, pero aun así trataremos a continuación de animar o desanimar a quien corresponda.
James Wan, famoso por sus sagas de Saw o Insidious, cambia radicalmente de registro y se pasa a la acción desaforada y frenética, mimetizándose con el entorno repleto de testosterona. Su realización aporta algunas soluciones visuales –vuelcos de la cámara de 180 grados– que son de lo poco mínimamente original que hallaremos aquí, aunque se termine por abusar de los mismos. Chris Morgan, guionista por quinta vez de las aventuras de Toretto y compañía, ya se encarga de que nada cambie ni un ápice, no sea que algún espectador crea ni por un momento que los responsables de la franquicia (y en consecuencia sus personajes) se han ablandado.
Los primeros cinco minutos son de auténtico bochorno, y nos recuerdan a la perfección los rasgos de la saga, repasados ampliamente en la reseña rescatada en el primer párrafo. Por un lado se presenta al asesino despiadado que traerá en jaque al equipo de nuestros héroes, y a continuación recibimos una oleada de estímulos que podríamos resumir en la secuencia siguiente: coches tuneados, mujeres voluptuosas ligeritas de ropa, tatuajes, músculos, montaje videoclipero, chulería innecesaria... De todo ello deriva pura vergüenza ajena, máxime cuando pensamos en las hordas de jóvenes que babean como locos ante la suma de estos elementos, que también incluye el parkour o las artes marciales. Vale que el cine comercial deba tener su parcela –bueno, más bien su cortijo–, pero de ahí a rebajar el nivel de exigencia a estos mínimos dista todo un mundo.
Por lo demás, los nuevos rostros que por aquí se asoman –Jason Statham, Kurt Russell, Djimon Hounsou– ahondan en la idea que ya teníamos de que esto va camino de convertirse en una especie de Los mercenarios mezclado con thrillers de espionaje, aunque los despropósitos (visuales y argumentales) se suceden sin descanso, proporcionando al espectador más de dos extenuantes horas de frases sentenciosas, ideas descabelladas –aunque la caída de coches desde el avión es espectacular, qué duda cabe) y objetivos ridículos: los héroes se pasan media película tratando de conseguir algo que les permitirá localizar al malvado asesino... pero resulta que el asesino aparece cada dos por tres justo detrás de ellos. ¿Por qué no atraparlo entonces? Pues así de absurdo casi todo.
Para concluir, tomemos dos escenas en que la propia película se encarga de destrozar a sus personajes, una de forma indirecta y otra directamente: aquella en que Vin Diesel reniega de la cerveza artesanal belga para decantarse por una simple Coronita, u otra donde una recién llegada describe a todo el grupo como los estereotipos andantes que son: el ex poli, el macho alfa, el graciosillo... Pero, mucho nos tememos, que se remarque lo simplón del conjunto no sirve para rescatarlo, ni siquiera desde una perspectiva irónica.