La actriz Adrienne Shelly se había dado a conocer en películas de Hal Hartley como La increíble verdad o Trust, y entre 1997 y 1999 dirigió dos películas, Sudden Manhattan y I’ll take you there, que llegaron a nuestras pantallas de tapadillo, únicamente en salas de arte y ensayo. Posteriormente Shelly aparecería en Factotum (Bent Hamer, 2005) junto a Matt Dillon, y se pondría a preparar el que sería su tercer largometraje, La camarera. Mientras le daba los últimos retoques a esta cinta, en noviembre de 2006, un vecino furioso –al parecer Shelly se había quejado repetidas veces del ruido que hacía en su apartamento–, acabaría con la vida de la actriz y directora en su propia vivienda.
El testamento fílmico de esta realizadora nos lleva hasta una localidad provinciana norteamericana donde una camarera llamada Jenna elabora diariamente hasta una treintena de pasteles distintos en un modesto bar de carretera. Sin embargo, toda su creatividad culinaria sólo le sirve como válvula de escape de su gris existencia, donde destaca un marido maltratador que un mal día la emborrachará y la dejará embarazada contra su voluntad. Jenna tiene algunos sueños que le gustaría cumplir en un futuro no muy lejano (básicamente dejar a su marido y montar su propio restaurante especializado en tartas), y la aparición de un atractivo médico en su consulta habitual la motivará para intentar conseguir sus objetivos cuanto antes.
La camarera es una modesta comedia romántica con ciertos aires de fábula que contentará a aquellos espectadores que no esperen una gran historia con sentimientos apabullantes y pasiones desatadas. Aquí los personajes nos resultan bastante reales debido principalmente a su pequeñas miserias cotidianas, resultado lógico de unas vidas en las que se ven atascados sin posibilidad de avanzar. Sin embargo, igual que hay espacio para el drama también se nos presentan momentos de esperanza que sirven de desahogo y de luz a seguir.
La labor de los actores está bastante bien cuidada. Keri Russell soporta bien el peso de la película (aunque hacia el final predomina una vena blandengue que ya le vimos en la serie televisiva Felicity), y Nathan Fillion cuenta con algunas intervenciones divertidas, dignas del rudo capitán de Serenity. El resto de personajes (incluido el de la propia Adrienne Shelly, otra de las camareras del bar) encuentran su momento para hacerse de notar, pero sin desviar la atención de la historia principal.
Quizá el mayor inconveniente de esta producción es que una vez se nos presentan a todos los personajes y se deja claro por dónde van a ir los tiros tiene lugar una especie de estancamiento del guión que durante una hora larga (la película casi llega a dos) nos tendrá entretenidos a ratos, pero dejándonos espacio para hacernos algunas preguntas ociosas que no le hacen demasiado bien al resultado final, ya que nos cuestionamos, por ejemplo, por qué el médico es infiel a su mujer, o si no se les ha ido la mano con la ñoñería en ciertos momentos, o si de verdad hacía falta otro alegato pro-embarazo con el estreno de Lío embarazoso tan cercano en el tiempo.
De todos modos, el resultado final resulta tierno y apetecible, pese a tratarse de una producción bastante pequeña en cuanto a presupuesto e intenciones.