Como en su día ya remarcáramos en nuestra crítica de Divergente, nos hallamos ante una saga cinematográfica de similitudes tan obvias con Los juegos del hambre que cuesta horrores no establecer paralelismos o hacer comparaciones de una con la otra en cada frase que elaboremos en torno a ella. Las novelas de la joven Veronica Roth –26 primaveras a día de hoy– no son un punto de partida demasiado brillante para lograr hacer sombra a las creaciones de Suzanne Collins, que saben encontrar el tono y las ideas adecuadas para transmitir inquietud acerca del mundo de hoy y de aquel hacia el que nos dirigimos si no cambian las cosas.
Insurgente sigue insistiendo en su papel de sucedáneo para adolescentes, de medianía repleta de personajes maniqueos y de situaciones que no terminan de funcionar. Poco ha cambiado en este relato sobre una especie de joven mesías que debe conseguir la salvación para el mundo futuro en el que habita (¿alguien dijo Matrix?). Por un lado se hace más hincapié en la parte romántica –hay que distraer a las espectadoras–, y por otro también se opta por imprimir mayor acción a la trama a base de recortar minutos e ir al grano: esta segunda entrega dura media hora menos que la primera, algo que siempre ayuda a hacerla llevadera.
El cambio en la realización, donde asume el mando Robert Schwentke (Red, Plan de vuelo: Desaparecida, R.I.P.D.) es uno de los puntos favorables de la cinta, que gana en dinamismo, aunque el alemán se ve favorecido asimismo por el tipo de secuencias que debe ilustrar: las abundantes escenas que tienen lugar dentro de la realidad virtual son más agradecidas de ver, a poco que se elaboren con algo de pericia (de nuevo los aires a Matrix y a Neo entrando en la madriguera del conejo, por supuesto). Por su parte, Shailene Woodley sigue ganando enteros poco a poco con su interpretación de esta heroína, cuyas dudas existenciales –a lo Katnis Everdeen– no impiden que abogue por la acción directa para solucionar los problemas. Echamos en falta, eso sí, más matices en su personaje (que no en sus dotes actorales).
En resumidas cuentas, y pese a la ligera mejora respecto a Divergente, seguimos ante una franquicia que adolece de falta de intensidad y que no asume riesgos, dándole al espectador lo que supuestamente desea. Se trata, por tanto, de un producto sin personalidad para tratar de convencer a las masas de adolescentes de que acudan al cine a dejarse su dinero allí. Y si pensábamos que únicamente nos quedaba una entrega fílmica que soportar, que nadie se llame a engaño: ya se está rodando la adaptación de Leal, que (para variar) llegará a las salas de proyección dividida en dos partes, para seguir explotando el filón. Lo que hay que aguantar.