Que el dinero no da la felicidad es un frase que, no por trillada, conviene dejar de recordar. La reflexión nos la trae de vuelta una joven recién salida de la burbuja universitaria que se ve obligada a adaptarse al mundo real y encontrar un trabajo, aprendiendo a tomar conciencia de sus propios actos y a asumir responsabilidades. Luchando por saber quién es y cual es su lugar en el mundo, la chica termina, sin apenas darse cuenta, trabajando como niñera para un acomodado e insoportable matrimonio con un hijo de siete años condenado a heredar los comportamientos y frustraciones de sus padres si alguien no lo remedia pronto.
Con la cinematográfica ciudad de Nueva York como escenario, los realizadores de Diario de una niñera recurren a la comedia para diseccionar con acierto a la alta sociedad neoyorkina, una auténtica fauna no muy distinta a la que la protagonista, recién licenciada en antropología, ha podido estudiar a lo largo de su carrera.
A pesar de que ni su punto de partida ni el posterior desarrollo de la película resultan demasiado novedosos y que su final es algo previsible y edulcorado, el tono de comedia de Diario de una niñera, su falta de pretensiones y, sobre todo, su original tratamiento visual, la convierten a en una hora y media de cine bien invertido. Especialmente destacable es la presentación de la cinta, en donde sus creadores, el matrimonio de directores formado por Shari Springer Berman y Robert Pulcini (que ya mostraron lo que eran capaces de hacer visualmente en American Splendor) juegan a presentar la jungla de asfalto de Nueva York como si de un museo de ciencias se tratase, con tribus y especies humanas de todo tipo y condición.
Basada en el best-seller The Nanny diaries, de Emma McLaughlin y Nicola Kraus y con más de una referencia a Mary Poppins, la más famosa y entrañable niñera del mundo cinematográfico (con homenaje a su paraguas volador incluido) la trama cuenta con un plantel de actores, en el que, aparte de Scarlett Johansson, siempre creíble en prácticamente cualquier papel, destaca la aún no del todo explotada Laura Linney como una mujer egoísta y materialista desorientada en su propio mundo y cuyas excentricidades son ridiculizadas por los directores con gracia y estilo.
Producción simpática y agradable que se ve con facilidad, muestra con habilidad el fuerte contraste entre dos mundos, económica y culturalmente opuestos. Y si tampoco es cierto que no todos los ricos son desgraciados por su educación y dinero, ni toda la gente pobre está feliz y orgullosa de serlo, el choque acaba funcionando y logra que nos planteemos sin perder la sonrisa cuestiones como la obsesión por mantener un estilo de vida concreto o el conflicto que generan padres inmersos en sus trabajos, abandonando el cuidado y crianza de sus hijos en manos de las niñeras movidas por la necesidad que, obligadas a trabajar, descuidan a su vez a sus propios hijos perpetuando así una peligrosa espiral.