David Koepp cuenta en su faceta como guionista con títulos del calibre de Parque jurásico, Atrapado por su pasado, Misión imposible, La habitación del pánico o el Spiderman de Sam Raimi. Sin embargo, en su menos prolífica vertiente como realizador apenas El último escalón o La ventana secreta despiertan recuerdos en nuestra mente. Mortdecai, por desgracia, será la cinta que probablemente recordemos con más claridad en el futuro, pero no precisamente por sus bondades.
Un Johnny Depp más amanerado que nunca –que ya es decir– interpreta a un marchante de arte que debe ayudar a la policía a resolver un crimen que tiene que ver con un famoso cuadro de Goya, mientras que unos desaprovechados Ewan McGregor y Gwyneth Paltrow van pululando alrededor del protagonista, tratando de encontrar su lugar en una película que no hay por dónde cogerla. Es una pena encontrarse ante un quiero y no puedo de estas dimensiones. Koepp no sabe crear unos personajes que nos interesen mínimamente, y fracasa miserablemente a la hora de crear humor. Los minutos se van sucediendo sin que acabemos de engancharnos a la trama, y apenas algún ramalazo de acción nos entretiene más que la media del metraje restante.
En Mortdecai asistimos a una repetición incesante de una serie de chistes sin gracia –el bigote del irritante protagonista, la relación con su mujer, la posible infidelidad de esta, el aguerrido guardaespaldas– que cargan desde el mismo momento en que los oímos repetidos por primera vez. El humor no sabe encontrar un tono mínimamente inteligente –¡gracietas sobre vómitos y vaginas a estas alturas de la vida!–, y en líneas generales casi parece que estemos ante una reinterpretación sin chispa de sagas como las de La Pantera Rosa o Austin Powers, aunque con un personaje principal metepatas que aquí únicamente consigue enervar al espectador.
Perdidos dentro de este insípido anacronismo sin un ápice de gracejo, hastiados por la torpeza de su desarrollo y por el nulo interés que despiertan sus elementos en nosotros, apenas queda volver a recomendar un producto tan efectivo como Kingsman: Servicio secreto que, partiendo de ciertos elementos comunes al film que aquí nos ocupa, sabe llevar todas sus ideas a buen puerto e impactar con potencia en las retinas del público. Todo lo contrario que esta torpe demostración de sosería, que –nos tememos– solamente habrá entretenido a los actores implicados en su rodaje.