Carlos Saura ha sido el cineasta español de trayectoria más internacional hasta la aparición de Pedro Almódovar y Alejandro Amenábar. Su cine sigue dos líneas temáticas que marcan su dimensión como artista y la singularidad de su obra: la de interpretación de la sociedad española, especialmente en los años del final del franquismo, como en la extraordinaria La caza (1966) o Peppermint Frappé (1967); y otra, menos narrativa pero más experimental y esteticista, en la que desentraña las claves y la historia de distintos palos del folklore musical internacional. Fados pertenece a este segundo grupo.
El fado, junto con el blues y el flamenco, son expresiones musicales de origen humilde profundamente arraigadas en sus países de origen. Han nacido en los arrabales de las ciudades fruto de la nostalgia (saudade, en portugués), el amor y el dolor que cantaban los ancestros inmigrados. Fados recorre la historia de esta música portuguesa desde sus orígenes en Cabo Verde y Mozambique hasta sus fronteras actuales que lo fusionan con el rap o lo entroncan con el flamenco, rindiendo además homenaje a los clásicos que lo definieron: Amalia Rodrigues y Alfredo Marceneiro.
Saura recurre a la ilustración de las distintas canciones con sus ya conocidos recursos de rodaje en estudio, paneles, espejos y coreografías que tejen sugerencias al hilo de las letras. La elección de las canciones y los intérpretes describen paralelamente la historia del fado. La innegable capacidad de José Luis López Linares y Eduardo Serra en la fotografía da empaque y continuidad al conjunto, que vendría a ser el reverso de un programa de la MTV: la seducción y ensimismamiento que provocan la música, las imágenes y las interpretaciones contra la eyaculación gratuita de sonido y colores en ametrallado montaje.
La dulzura de la dicción portuguesa queda ampliamente representada en el excelente reparto de la película: la cada vez más grande y bella Mariza, el ya inmortal Caetano Veloso, Chico Buarque, Camané, Carlos Do Carmo, Lila Downs... y el recuerdo vía material de archivo de los ya mencionados Rodrigues y Marceneiro.
Ahí no queda todo. Saura nos regala al final de la cinta una impactante imagen mientras suena el último fado. Una imagen que es una reflexión y un guiño (ambos en el amplio sentido de las palabras) no sólo al público portugués, primer destinatario de esta muestra musical, sino a todos los europeos que tenemos olvidada esa bella parte de nuestra identidad a sólo unos minutos de vuelo low-cost.