Russell Crowe prueba fortuna tras la cámara y logra un aprobado holgado al relatar la vida de Connor, un australiano que pierde a sus hijos en la batalla de Gallipoli y que tras el suicido de su mujer apenas le queda el consuelo de tratar de localizarlos para enterrarlos junto a ella.
Bajo estas premisas dramáticas, el neozelandés compone un relato sobrio con escasas disonancias, entre ellas un desenlace edulcorado al que se le puede reprochar poco, y que apenas sirve para dejar un mejor sabor de boca en un metraje en que la falta de experiencia en realización no cede muchos más tramos que en el caso de otros directores veteranos y dados a caer en clichés y tópicos.
Cierto que por momentos la trama se precipita, en un problema cuya mayor muestra se aprecia en el paso del nudo al desenlace, o que el relato cocinado por un debutante como Anastasios de la mano de alguien curtido en funciones televisivas como Andrew Knight no está hecho para poner las cosas especialmente fáciles a la hora de atrapar a la audiencia. La contención de Krowe, el potencial drama que crece sin que estridencias lo entorpezcan ni vuelvan irritante la experiencia, hacen aun así discurrir el metraje sin muchos más escollos que contemplar la perfección de Kurlenko, carne de romance más para agente secreto que para melodrama de injerto folletinesco.
Sea como fuere, la trama de búsqueda se desarrolla por encima de sus anecdóticas descompensaciones y no descuida en exceso la atención del público. Crowe realiza probablemente su mejor labor en la composición de personajes con un grado de equilibrio similar al suyo, y no se excede intentando el lustre en ningún frente, de tal forma que sus casi dos horas se sobrellevan más dignamente de lo previsible.
Es difícil pronosticar en este punto si la carrera de director de Crowe puede acabar creciendo y si con superproducciones mayores su recorrido como actor y el repertorio de escenarios por los que ha pasado se convertirá en el suficiente bagaje para hacer crecer unas virtudes que parecen sustentarse en el sentido común, y esquivar todos los defectos que podrían terminar por sofocar sus intenciones. Pero atendiendo al resultado y a la acogida de la audiencia, resultaría extraño que el actor no lo volviese a intentar a corto plazo, y entonces podrá juzgarse si sus cualidades tienen recorrido, cómo se desenvuelve con otros géneros en que la propia sinopsis de la historia no condense todas las emociones que, eso sí, él demuestra gestionar hábilmente.