Esta es la cuarta vez que el escritor Juan Marsé y el director Vicente Aranda llevan a cabo un proyecto común. Tras las medianamente exitosas adaptaciones de sus novelas(Si te dicen que caí, La muchacha de las bragas de oro), Aranda lo intenta una vez más con Canciones de amor en Lolita´s club, una cruda historia en la que se entremezclan prostitución, violencia, mafia... telón de fondo para el encuentro de dos hermanos muy diferentes interpretados por Eduardo Noriega, dando vida a un policia enfadado con el mundo y a un discapacitado mental.
En un principio nada hacía presagiar el desastre teniendo en cuenta el probado talento del cineasta, el material de Marsé y la profesionalidad de Noriega. Sin embargo, todo se va al traste poco después de empezar la función. Inusual despropósito donde los haya, no existe nada en la cinta que pueda sacarla a flote, con la salvedad quizá de una Flora Martinez acertada. El resto naufraga estrepitosamente debido a una trama sin sentido y unas interpretaciones (y esto duele decirlo) en ocasiones sonrojantes. Tanto es así que resulta verdaderamente dificil creernos a Noriega en sus dos papeles, ambos pasaditos de rosca.
La trama navega por terrenos sórdidos manejando un laborioso trabajo de investigación de manera insustancial, únicamente con el fin de enseñar carne sin la mayor intención dramática.
Ante este hecho, da la impresión de que Aranda, conforme pasan los años, le puede más un pecho que la coherencia fílmica. Es cierto que el cineasta sigue firme en su intento de confirmar sus señas de identidad, pero parece que los años le han hecho perder el norte hacia derroteros mucho más vanales. Esta vez su estilo se ve afectado en pos de un tratamiento de la historia que ahonda en la mayor de las ridiculeces, convertida ésta en cine rancio, cine que no aporta en ningún momento la visceralidad emocional implícita en la literatura de Marsé.
Es una lástima que el actor Eduardo Noriega se vea envuelto en semejante tedio, llevando a cabo unas interpretaciones que sin duda no están a su altura. En fin, corramos un tupido velo. Y a otra cosa.