Durante largo tiempo y en ciertos ámbitos cuestionar a la primera parte de Los Vengadores era considerado poco menos que un acto de herejía, precisamente por lo mismo que cabía reprocharle al primer gran crossover de Marvel: limitarse a disponer a sus icónicas figurillas a representar una historia reducida a anécdota, y en que la película parecía un anuncio de sí misma.
Demostrado que con eso bastaba y sobraba y que la devoción a sus símbolos intocables convertía a la trama en un extra redundante, era fácil pronosticar que la segunda parte podría dedicarse a dar más de lo mismo, y que ni tan siquiera se le podría hacer reproche alguno para evitar recibir piedras de sus feligreses, porque al fin y al cabo justo es darle a la audiencia lo que esta pide (algo que con más contundencia señaló un conocido escritor hace ya unos cuantos siglos).
Pero también justo es decirlo: lejos de eso, la segunda parte es una demostración del nivel de habilidad que Marvel ha acabado desarrollando para identificar todo aquello que funciona, los talentos con los que contar, los medios para hacerlo, y lo fácil que resultan las cosas cuando esa lucidez se mezcla con un repertorio infinito de recursos. Una muestra de película autónoma en que todo funciona, y en que lo hace consciente del público que tiene ante sí, un amplio repertorio generacional que necesita adrenalina, que adora a sus personajes —a los que desarrolla impecablemente a pesar de su acumulación— y que sirve de preparativo para lo que queda por delante, sirviendo por el camino una de las mayores dosis de adrenalina y acción, de las mejor llevadas, que se pueda recordar en una sala de cine.
Donde en la primera de Los Vengadores había superficialidad y comodidad, en la segunda hay elaboración y profundidad. Ya no estamos únicamente en un paseo por el circo en que la audiencia pueda acomodarse a la simpática acumulación de personajes. Confiar en las gracias superficiales del encuentro de unos y otros quedó agotado como fórmula. Es fácil que algunos echen de menos algo del brillo o de esa diversión de fácil digestión. Pero la despedida de Joss Whedon es una película autónoma, con sus ligeros tics de excesos, con sus ligeros desajustes de mayor o menor consenso, pero en que la maquinaria funciona a pleno rendimiento desde el primer minuto para contarnos un relato que vale la pena atender, en que las coreografías medidas y los diálogos se alternan en las dosis justas para llevarnos en volandas a los títulos de crédito.
Ultrón es un enemigo respetable, Visión un personaje gestado con habilidad y un trasfondo digno de estudio, Viuda Negra una reclamación constante para uno de los más merecidos spinoff (y si alguien desconfía, que se lleve a alguno de sus compinches de aliados a su necesaria película propia). Pero sobre todo, la segunda de Los Vengadores es una de las mejores películas de Marvel, mientras la primera parte era solo una de las más complacientes y huecas. Cine espectáculo con mayúsculas, y con capacidad para acompañarnos durante mucho tiempo y hacernos creer más que nunca en el universo de Marvel.