Comedia dramática tan falsa como 'Pretty Woman', pero facturada a la medida del público de cines en v.o.s.
Queridos lectores: pensad por un momento en vuestra abuela, esa afable señora que pasa sus días friendo empanadillas, viendo “Aquí hay tomate”, y asistiendo a sesiones varias de rehabilitación. Ahora imaginad que, debido a una urgente necesidad económica, vuestra abuelita no dudase en buscar empleo en un sex-shop masturbando clientes, y fuera aceptada de inmediato. Imaginad, por si eso fuera poco, que vuestra dulce yaya demostrase tal maestría en esa actividad que se convirtiese en “la mejor mano derecha” de la localidad, y en objeto de deseo pecuniario para los dueños de otros locales de relax. Y terminad imaginando, si aún tenéis capacidad para ello, que en el proceso la señora encontrase el amor, y las fuerzas para rebelarse contra sus hipócritas amigas.
Pues no hace falta que continuéis mancillando la memoria histórica de vuestra abuela. Alguien ha decidido que semejantes delirios constituyan, por increíble que parezca, el argumento de una película: Irina Palm. Otra de esas terribles propuestas encantadas de haberse conocido, bañadas en complicidad y buen rollo, con las que no dejan de castigarnos ciertas cadenas de cine en versión original subtitulada, mientras las cintas verdaderamente alternativas que justificarían su labor de distribución y exhibición son evitadas cuidadosamente no vaya a ser que, de proyectarse, el público culto, concienciado y progresista que abarrota sus salas huyera despavorido delatando su verdadera naturaleza, no muy diferente a la del zombi de multisala.
Y no se trata de que las peripecias de Maggie, la abuela de Irina Palm, para conseguir el dinero que permita a su nieto enfermo viajar a Australia con el fin de someterse a un tratamiento curativo, no sean factibles, o incluso pudiesen propiciar el humor. Es que el descarado esfuerzo por ganarse el aplauso del público apelando a la tolerancia, la humildad, la humanidad, y demás términos bienpensantes que alguno hace terminar en z, anulan por completo cualesquiera asomos de profundidad o verosimilitud (sin z, por favor) que pudieran anidar en la historia.
En favor del realizador, Sam Garbarski, hay que reconocerle a Irina Palm un precario equilibrio entre tonalidades Almodóvar, Loach y hasta Kaurismaki que permite a la película no venirse abajo a la primera tontería de los guionistas, Martin Herron y Philippe Blasband. Pero eso se cobra un precio: la insipidez formal del conjunto, como si Garbarski supiera que la mínima expresividad en un sentido u otro haría saltar por los aires el castillo de naipes que ha levantado.
El rasgo más evidente de esa atonía reside en la principal intérprete del film, Marianne Faithfull, cuya interpretación es calamitosa. O, por definirlo mejor, inexistente. Y pensará alguno, “¿cómo inexistente, si logró poner en pie a crítica y público en la última edición del Festival de Sevilla, y Faithfull optó al galardón a la mejor actriz en la última entrega de los Premios del Cine Europeo?” Eso, amigos, no tiene nada que ver con los criterios estéticos, sino con la triste verdad de que hay mucha gente empeñada en “reír y llorar” a toda costa con fábulas “profundamente conmovedoras y deliciosamente audaces”, al precio preceptivo de desconectar el cerebro. Aunque, y esto da miedo pensarlo, igual tienen el cerebro en ebullición, pero calculando las medallas emocionales que van a colgarse dedicando a películas como Irina Palm y a personajes como Maggie los halagos que desearían para sí mismos.
Por cierto, el galardón en los Premios del Cine Europeo se lo llevó al final Helen Mirren por The Queen. Aún hay razones, pese a todo, para la esperanza.