Gira toda la narración de El atardecer sobre la metáfora del dulce desvanecimiento del sol sobre el horizonte como representación del fin de la vida. Desde la primera y onírica secuencia, un diálogo de escenas entre el pasado y el presente se suceden en paralelo. Ann Lord (Vanessa Redgrave) postrada en la cama por una enfermedad terminal no determinada, delira en presencia de sus hijas (Toni Collette y Natasha Richardson) nombrando seres del pasado que antes ellas nunca habían oído mencionar: Harris, Buddy, Lila...
Pasamos una sola tarde juntos pero bastó para permanecer casada con él cuarenta años. Esta enigmática frase pronunciada por Ann hace que sus hijas sientan la necesidad de saber qué ocurrió con aquel Harris, y a raíz de ello, evaluar sus sentimientos y sus relaciones de pareja. Una historia con ciertas similitudes argumentales a la narrada con maestría por Clint Eastwood en Los puentes de Madison (1995), pero en la que sus autores se decantan por un tono mágico y edulcorado, donde la intensidad y pureza de las emociones vividas en la juventud y el primer amor dejan una marca indeleble en el espíritu de sus protagonistas, hasta el punto de redimirles del resto de errores cometidos a lo largo de su vida. La contemplación de los hijos después de los esfuerzos y vivencias pasadas son la mejor recompensa para un presente menos emocionante donde ya se está poniendo el sol.
A pesar de la delicada y esteticista puesta en escena del prolífico director de fotografía de origen húngaro pasado a labores de realización Lajos Koltai, es inevitable hablar en esta cinta del reparto, verdadero esfuerzo por unir a lo más granado de varias generaciones de actrices. A las ya mencionadas hay que sumarles Claire Danes, Meryl Streep y Glenn Close. Si en la narración del presente el peso de Redgrave y Collette (qué magnifica y cuidada carrera está desarrollando esta actriz) es el eje de la narración, en el pasado brilla con intensidad Claire Danes que da el toque de ingenuidad y pasión exacto a su personaje para que su actitud y las consecuencias sean comprensibles entonces y en el presente, donde es interpretada por Redgrave.
Lástima que el único personaje realmente complejo por su ambigüedad emocional e inestabilidad sólo aparezca en una de las partes del relato dejando el resto en un cuento bonito pero alcanforado y conservador. Una moraleja muy trillada y pensada para satisfacer a un público femenino maduro y acomodado. El metraje y las actrices reunidas merecían algo más elaborado e intenso.