Poco se ha aprovechado en el ámbito de las creaciones artísticas el mundo del calzado, terreno fértil y –probablemente– muy dado a mostrarnos posibles analogías entre los zapatos que nos enfundamos y nosotros mismos. Juan José Millás lograba salir airoso de la tarea en su novela No mires debajo de la cama (2000), por ejemplo, pero el mundo del cine no ha sido capaz de ofrecer todavía un producto digno de ser recordado partiendo de una premisa similar.
La unión de un director de cine independiente como Thomas McCarthy, con varias cintas bien consideradas por el público y la crítica –Vías cruzadas, The visitor y Win win, ganamos todos– con Adam Sandler despertaba suspicacias respecto a qué resultado final nos llegaría como espectadores, y lo cierto es que el cómico norteamericano es quien finalmente logra imponerse sobre las características de McCarthy, pese a que no nos topemos durante el metraje precisamente con un Sandler en su vertiente más descerebrada y alimenticia (y abominable: recuerden Jack y su gemela y tiemblen).
Con la magia en los zapatos es una historia sencilla que en el fondo nos habla de la imagen que cada uno tiene de sí mismo, así como del deseo de los humanos de meterse en la piel de determinados personajes que pululan a su alrededor. En este sentido el protagonista lo hace de forma literal, ya que gracias a una máquina mágica de coser suelas consigue transformarse físicamente en los dueños del calzado que le dejan para reparar en su zapatería.
Sin embargo, es una pena que un punto de partida tan atractivo –que en manos de un guionista (Charlie Kaufman) o novelista (Quim Monzó) más mañoso se hubiese tornado petróleo– se agote pronto y a partir de ahí el film se dedique a vagar sin rumbo fijo entre dos o tres tramas que no están bien dosificadas ni interesan excesivamente, dejando la sensación de que no se han aprovechado todas las posibilidades que se abrían una vez que el personaje principal realiza su descubrimiento. Tampoco se encuentra un tono uniforme que nos mantenga pendientes de lo que sucede, sino que la alternancia entre comedia, drama e incluso thriller se lleva a cabo de manera rutinaria, desembocando en un desenlace que tirará para atrás a más de uno.
En lo positivo, eso sí, decir que Sandler está mucho más comedido que en sus otros trabajos, y que en líneas generales no cuesta demasiado entretenerse con las amables desventuras de su personaje, pese a que la sensación global es, repetimos, de buena idea desperdiciada y estirada durante hora y media.