Siempre se puede argumentar aquello de que lo importante es el viaje y no el destino, y bajo esa idea hasta cierto punto razonable, exculpar a Damon Lindelof por su capacidad para consumir la paciencia de sus fans con juegos de trileros tan eficientes como los propuestos en Lost, o siguiendo en terreno de las series, el más arisco de The Leftovers (en donde el viaje es claramente menos atractivo).
El problema se produce cuando la audiencia ya ha caído antes en una de las trampas, durante largo tiempo, con una dosis suficiente como para exigir en el futuro que si vuelve a pedirnos prestada algo de atención, sea con una mayor capacidad de concreción. Y podrá argumentarse que los 130 minutos de Tomorrowland (dirigida por el Brad Bird de Los Increíbles) no son algo excesivo, que no hay en él espacio para tantos juegos o dudas, que incluso su desenlace es un aspecto menor tras su propuesta de mundos fantásticos, personajes soñadores y relecturas apocalípticas.
Precisamente junto al trabajo visual este último aspecto es uno de los principales elementos de su desarrollo argumental que venía con algo de interés a la hora de reutilizar el apogeo del género apocalíptico. Ante la actitud generalizada de pesimismo en las propuestas de ocio que son recibidas por la audiencia con los brazos abiertos, Disney responde con su dosis de buenrollismo marca de la casa y para todos los públicos.
El problema de la propuesta, como dejábamos ver al principio, es que todos los atractivos fantásticos que podrían haber hecho de Tomorrowland una película con opciones de trascender a su tiempo y de crear una aventura de las que calan en la audiencia, se vienen abajo cuando la descompensación que se estaba gestando en una estructura con introducción y nudo hipertrofiados, se explica por la carencia de un desenlace lo suficientemente convincente, y en que las explicaciones forzadas de un Hugh Laurie que solo resulta eficiente ejerciendo de sarcástico amargado, nos entregan un McGuffin estridente y mal cocinado, cuya solución precipitada ha de resultar necesariamente impostada.
Probablemente ahí quede el consuelo de que su juego sigue siendo eficiente para la audiencia más joven. Aun cuando en el resto volverán a plantearse cuánto tiempo más de su carrera como guionista Lindelof seguirá jugando a esconder su falta de argumentos.