Cuadros rancios que mutan, mensajes desquiciados al teléfono, las huellas que esconde toda antigua habitación revelándose de golpe...
Hay películas por las que uno siente una pronta simpatía, y eso allana el camino. La presencia de un director o un actor, la trama en concreto o su fuente de inspiración, el interés personal en el tema... todo es posible para acercar al espectador a la propuesta de la gran pantalla de manera singular. Es por ello que una comedia mediocre en un buen día puede alegrar el corazón de la misma forma que uno puede sentirse tristemente comprendido por un drama insulso con protagonista atormentado si le pilla en horas bajas. Incluso un reciente estudio afirma que la complicidad del espectador con su acompañante determina el disfrute o rechazo a una misma cinta que habría sido observada de otra forma en solitario.
Toda esta autojustificación viene a cuenta porque, a pesar de que 1408 ha contado con un éxito considerable en la taquilla de EEUU y que su director europeo aportando personalidad le dan algo de identidad propia, hablamos de una cinta de suspense con todos los elementos para ser considerada convencional. No obstante, tiene un protagonista por el que muchos cinéfilos sienten esa nombrada simpatía, un John Cusack con facilidad para expresar ironía y cinismo, cualidades que le vienen a las mil maravillas al personaje protagonista (Mike Enslin) del relato escrito por Stephen King, hacia el cual sus lectores sentirán una añadida atracción.
La historia de 1408 viene además con la extraña cualidad de ser el texto que más miedo ha causado al propio escritor saliendo de su propia pluma. ¿El motivo? Sencillo: la historia nos presenta a un escritor de relatos de suspense que no cree ni pizca de lo que escribe, y que un día deberá comerse todo su desprecio cuando, desmitificando habitaciones de hotel en que se supone suceden hechos esotéricos, se encuentra con una que parece hecha por el mismísimo diablo.
La ventaja de un relato breve es que director y guionistas tienen una base a partir de la cual construir, y no –como es habitual con King– un mundo propio al que derruir para lograr envasar en celuloide una pequeña parte. Desde ahí inician el desarrollo hábil del personaje de Enslin, le dan un triste pasado y una mirada burlona. Se exceden quizá al darle rasgos surferos para forzar la naturaleza desarraigada con su profesión y alejada del mundo de fantasmas, pero el inicio es correcto.
En lo que era el primer acto del libro, el enfrentamiento a Mr.Onlin (el conserje del hotel que encarna Samuel L.Jackson) se comienza a alterar el espíritu original por lo que se entiende aconsejable para el gran público: si aquel consistía en un diálogo entre ambos personajes con el conserje tratando de convencerle a golpe de casuística de que no debería entrar en esa habitación (y posteriormente vienen las consecuencias de no haberle hecho caso), aquí la simple conversación se entiende podría resultar molesta. Así que lo que es un intercambio de opiniones relativamente manso pasa a ser algo más sobrecargado e histriónico. Algo que es la antesala de lo que sucederá en la habitación 1408.
Lo mejor del núcleo de torturas que el protagonista va a vivir en ella es que se puede apreciar el esmero con el que se han dispuesto escenas tortuosas de una naturaleza muy diferente a la habitual. Se aprecia lo que King supo recrear, más que un fantasma o monstruo buscando sangre, el mal en sí mismo buscando subyugar a quien se ha adentrado en sus dominios. La forma de desquiciar, unas veces con impacto, otras con crueldad, a un ser humano sometido a la locura en estado puro.
El propio lenguaje cinéfilo y la forma de entenderlo desde producción llevó a Hálfström y sus avezados guionistas a rodar diferentes finales y decidir posteriormente cual incorporar, reservando el resto para edición DVD. Ahí es inevitable algo de efectismo, pero pese a todo se huele el mismo poso especial que surgía de un libro en donde los miedos aparecían brevemente pero con un cálculo artesanal, haciendo que sus manifestaciones resultaran mucho más perturbadoras que la de carnicerías habituales: cuadros rancios que mutan, mensajes desquiciados al teléfono, las huellas que esconde toda antigua habitación revelándose de golpe... y aunque sea justo reconocer que la mayoría de los miedos acertados vienen de King, también se ha incorporado alguno con inteligencia y la estructura mantiene el interés.
Quienes sepan apreciar alguno de estos miedos singulares o quienes simplemente sientan simpatía por alguna de sus características, verán en 1408 una cinta de suspense con elementos individualizadores, al margen de su deseo de agradar al gran público y su voluntad de hacer lo necesario para lograrlo. Antes, no obstante, no estaría de más un paso breve por la 1408 original. Ayudaría a entender mejor la experiencia.